Dario Fo
Entrevista realizada por Winston Manrique Sabogal, publicada no jornal El País, de 15/09/2014
El juglar de tradición medieval canta y pinta ahora, a sus 88 años, las virtudes de una dama mancillada desde el Renacimiento: Lucrecia Borgia.
Cinco siglos después de aquella época, Dario Fo (Sangiano, 1926) desenreda el entuerto de la infamia alrededor de la hija del papa Alejandro VI y asegura que casi todo ha sido mentira, que ella fue víctima de la corrupción y la ambición de su familia que la usó como una mujer-objeto. Que era casi todo lo contrario de lo que las lenguas viperinas han dicho hasta hoy.
“¿Ahhh?”. Cruces se han hecho algunos, por ella y por quien lo cuenta.
Él se encoge de hombros en su casa rodeada de silencio, en una vera del camino de Sala di Cesenatico, en Bolonia, donde habla de su primera novela: Lucrecia Borgia, la hija del Papa, editada en primavera en Italia y prevista en España en noviembre bajo el sello de Siruela. Está sentado en una mesa de comedor con el eterno gesto al borde de su sonrisa que lo ha acompañado desde niño y que no desapareció ni cuando de joven fue alistado como miembro de la fugaz República de Saló, de Mussolini, y ya siguió como pintor, arquitecto, dramaturgo, comediante, crítico de arte y Nobel de Literatura en 1997.
Quién iba a pensar que Dario Fo se convertiría en salvador y rehabilitador de una persona que representa parte de lo que ha denunciado y fustigado toda su vida. Política e Iglesia. Precisamente él: el Nobel rojo italiano, el creador y ciudadano comprometido con la sociedad, conciencia moral del mundo contemporáneo y eterno invitador a la rebelión ha restituido la reputación de la hija de Rodrigo Borgia. Ha reivindicado su humanidad, cultura, sensibilidad, inteligencia, coraje y desvelado su resquicio revolucionario. Ese es él. A contracorriente para señalar verdades y aquí como una metáfora de su propia vida.
Su voz se ha serenado, pero sigue clara; su mirada se ha ensombrecido tras la muerte el año pasado de Franca Rame, su otra mitad en lo personal y artístico con quien estuvo los últimos 60 años, y su lucidez está intacta. No tiene prisa por contestar. Porque aunque el presente empuje al vértigo, Fo marca su propio ritmo. Cada respuesta la empieza con el origen de todo, hace de ella una pequeña historia de principio a fin. Es un juglar. Fuera de casa, la llovizna revolotea los olores de esta frondosa región italiana donde veranea, escribe y pinta. En él fue antes el pintor que el escritor. Fue su primera vocación. El hijo del ferroviario socialista y un ama de casa que quería ser pintor. Varias veces ha dicho que sus pensamientos pasan siempre por la pintura y que cuando lo cercan las dudas y problemas pinta, pinta…, y se hace la claridad.
¿Dice que tenía aquí el cuadro de Lucrecia Borgia?
Aquí teníamos una reproducción del cuadro de Bartolomeo Veneto que ilustra la portada de la novela. Cuatro amigos pintores la hicimos. Si alguien no sabía que era una copia podría pensar que era el original.
La novela se abre con una frase de Maquiavelo, contemporáneo de Lucrecia: “No son tan simples los hombres, y hasta tal punto obedecen a las necesidades del momento que aquel que engaña encontrará siempre alguien dispuesto a dejarse engañar”. Es una verdad.
Las verdades nunca son absolutas, porque la misma realidad se encarga de desmentirla y contradecirla. Maquiavelo decía que el pueblo que se defiende por sí mismo y no tiene que ser defendido por armas extranjeras es un pueblo libre. Pero se ha demostrado con el tiempo que no basta con tener una armada propia.
¿Cuándo pensó en esa frase para la novela?
En mitad del proceso de escritura. Soy fanático de Maquiavelo. Tanto que sé de memoria muchas de sus frases célebres. En esta novela ha sido fundamental volver a leer sus ideas sobre la república y las libertades europeas.
Y Dario Fo se adentra en la coincidencia de los Borgia, Maquiavelo y el Renacimiento, hasta llegar a la Lucrecia víctima de la corrupción. Ella en medio de un periodo que Fo reconoce no tan diferente al de ahora. Perplejidad al principio. Eso produjo su novela. Pero él, que siempre ha ido a contracorriente y restituido la dignidad de los marginados, no iba a dejar de hacerlo ahora. Por mucho que fuera alguien en el centro del poder. La gran diferencia es que esta vez no ha cogido el curso de la actualidad, dice que ya ha hablado mucho del berlusconismo, por ejemplo, sino que ha remontado el río de la vida.
Lucrecia es un ejemplo extremo de cómo la difamación, el rumor y la desinformación cambian la imagen de una persona, y cómo a pesar de los siglos el error no solo se mantiene sino que aumenta.
Sí, especialmente en el último siglo se ha destruido su dimensión humana, se han censurado sus virtudes y propagado una idea falsa sobre todo su comportamiento general.
¿Por qué esa distorsión en los últimos cien años?
Porque se puso en funcionamiento una investigación despiadada y sin control histórico, sin ningún rigor, con declaraciones y documentación irresponsable. Por ejemplo, su primer marido, Giovanni Sforza, fue acordado por su padre al año siguiente de haber sido elegido Papa para crear una gran alianza con la familia Sforza en Milán. Pero una vez no fue necesaria esa alianza la separó, ante lo cual los Sforza divulgaron la infamia de que Lucrecia mantenía relaciones con su hermano César y su padre. Mucha gente se interesó en esa historia. Incluso autores isabelinos como John Ford dijeron: “¡Qué pena que sea puta!”. Vista así, es una historia estupenda.
En el prólogo usted se pregunta por qué la familia Borgia nos atrae, y se contesta: “Por la impúdica carencia de higiene moral”.
Antes era despiadada esta forma de ser y vivir, y era aceptada como algo positivo
¿Cómo ve esa higiene moral en estos tiempos?
Es un escándalo el que ha producido nuestro ex primer ministro que atesoraba una colección de mujeres y las tenía en una especie de residencia, listas para hacer el amor. Es un proxeneta. Era una organización, un espectáculo como había antes. En el extranjero también hay situaciones parecidas a las vividas en la época de los Borgia.
Usted escribe que Lucrecia era consciente de lo que se decía de ella.
Y tuvo un valor inmenso de denunciar algunas de las cosas que vivió. Como el descubrir que su padre no es su padre. Ella tenía 16 años cuando Rodrigo Borgia iba ser Papa y decidió revelar la verdad. Lucrecia, entonces, lo recrimina y le dice cosas duras, se siente indignada por una ofensa moral. Esa actitud es importante porque en esa época nadie se permitía insultar a alguien con poder. Queda claro que esa chica tenía una conciencia moral alta. Ya casada con su tercer marido, Alfonso d’Este, y convertida en duquesa de Ferrara en 1505, despliega su pasión por las artes y conocimiento cultural.
Lucrecia recuerda a tantas otras mujeres que han sido maltratadas por la historia, de una u otra manera, desde Cleopatra hasta Ana Bolena, pasando por María Magdalena, y otras más recientes y varias en la vida pública actual.
Eso es producto de la literatura. Es más importante una puta redimida que una mujer que no da ningún escándalo. Nosotros no hicimos esta historia porque nos gustaran las intrigas, sino porque era una buena historia y vimos que se ha escrito mucho, pero todo tergiversado. Hay incluso telenovelas y series de televisión que han contado cosas obscenas del personaje; aunque lo más obsceno es el éxito que ha tenido todo eso en la gente.
Lucrecia en español, Lucrècia en valenciano, Lucretia en latín, Lucrezia en italiano. Es la nueva pasión de Dario Fo, en ella terminan y en ella empiezan casi todos sus caminos estos días. Pero cuando tenía unos 26 años, en 1952, escribió su primer libro: Poer Nano e altre storie. El atisbo del humor, la sátira y la crítica de lo que habría de ser aquel niño nacido a orillas del Lago Mayor, en la frontera con Suiza. El que quería ser pintor mientras su cuadro vívido era crecer en cruce de culturas, costumbres, lenguas y ser testigo de diferentes formas de buscarse la vida. Contrabandistas que van y vienen, inmigrantes que con los estragos aún de la I Guerra Mundial entran en Italia en busca de un mejor porvenir o trabajadores que llegan a su pueblo, Sangiano, atraídos por la industria del vidrio. Con aquel primer libro está y se queda Franca Rame (1929-2013), hija de actores, con quien se casa en 1954 y enriquece su espíritu de actor, escritor y activista. Tanto que en 1958 crean la compañía Dario Fo-Franca Rame. La semilla del futuro exitoso. Miles de representaciones, casi un centenar de obras (desde Muerte accidental de un anarquista, que lo convirtió en figura de la izquierda italiana; Aquí no paga nadie, actualizada tantas veces; Misterio bufo, su primer gran éxito internacional, hasta El anómalo bicéfalo, sobre Berlusconi, que podría tener un diccionario suyo de definiciones como la de “trilero de nivel cósmico”) y millares de declaraciones sobre el teatro y el teatro de la vida minado por la mala política.
¿Qué opina de las mujeres que van tomando el liderazgo actual en diferentes países y del panorama que se abre al mundo con ellas en los altos cargos?
Tuve la suerte de tener una mujer excepcional. Fue mi profesora, mi maestra en el teatro y la vida. Vivimos juntos, superamos dramas graves, ambos vivimos la violencia, la censura por parte del poder y la policía. Estuvimos 16 años fuera de la televisión por temas que abordábamos. Incomodábamos. Franca Rame, sin falsa modestia, fue una mujer con una moral especial en los teatros. Ahora que ha salido esta novela de Lucrecia, muchos me han preguntado si es un homenaje a ella. Me he quedado perplejo, porque poner a Franca a ese nivel… Aunque hizo cosas con mucho coraje, creó un grupo para ayudar a la gente de la cárcel, a sus familias. Quiero decir que Franca luchó y cuando hubo guerra entre árabes e israelíes escribimos juntos, pero quien llevó todo adelante fue ella. Ella sabía de la situación de la mujer. El poder siempre quiso que ella lo pagara. Lo que me hizo a mí el poder y la vida no es nada comparado con lo que le hicieron a ella (en 1973 fue secuestrada y violada por un grupo de extrema derecha). Esa es la verdadera presencia escénica de Franca en mi vida.
Ella luchó por divulgar una cultura que ahora con la crisis económica ha sido la primera damnificada.
Ahora los gobernantes son pobres de mente.
¿Ve alguna salida para que los Gobiernos o los estamentos privados apoyen la cultura?
Solo Francia demuestra interés en tener una inteligencia operativa respetando la cultura. Lo que hay aquí es una elección. Nosotros hemos tenido un ministro de Economía, Giulio Tremonti, que dijo que “con la cultura no se come”. Nosotros, los italianos, teníamos un volumen de negocio importante. Cuando un mercader venía a Venecia o Florencia o Roma no pedía el pago en oro, sino que pedía arte, cuadros. Justamente parece que pintar en tela viene de ahí porque resultaba más fácil y cómodo para ellos enrollar la pintura que llevarse una tabla. En cambio, ahora, todo es dinero, oro, aunque la verdad es que los ladrones no entienden de arte.
¿Qué puede hacer la ciudadanía, usted que tantas veces nos ha invitado con sus obras a no dejarnos pisotear?
Nunca habría que ceder… Incluso se juega el prestigio de los intelectuales. La población, la ciudadanía, está atónita, ebria, borracha de promesas, de programas políticos, de tener esperanza… (“¡Pronto, pronto!”, saluda su hijo Jacopo, que acaba de llegar y se sienta a la izquierda de su padre, en un sillón) … El problema es cómo salir de este impasse. La pregunta es de Premio Oscar… “¡Cómo salir!” … sobre todo porque las cosas están yendo al revés, están yendo de manera espantosa… ¡Hay guerras!… Hemos llegado al punto en el que de un momento a otro podría explotar una guerra mundial, por los intereses económicos de algunos países, como por ejemplo Rusia… Rusia quiere reconstruir otra vez su Imperio… Yo he notado que la gente no toma conciencia de esto, ni los periodistas. Putin, el jefe de la policía secreta roja, está jugando las cartas: la de la economía, la de la energía para, otra vez, obtener las tierras; y si es necesario usa el chantaje, y si no lo intenta con la violencia, con armas, con invasiones. Además, y sobre todo, tenemos los países árabes que se matan unos a otros, y a los niños. Luego está la situación de África que Estados Unidos no fue capaz de resolver. Hay un pequeño país que tiene en jaque al norte de Europa…
Como las siete plagas de Egipto, ¿cuáles podrían ser esas plagas en el mundo contemporáneo?
En la antigüedad los judíos estaban dominados por los egipcios, entonces Dios les mandó siete plagas, eso tiene un origen de venganza, claro, pero existe la paradoja… Las siete plagas tocaban la riqueza, la higiene moral, la corrupción… Son las mismas claves de la actualidad… La cuestión que más se parece a las siete plagas es el hecho de cómo se produjeron, cómo llegaron, porque todavía ahora hay científicos que investigan y discuten como locos intentando encontrar el porqué… por qué la sociedad se encuentra en medio de estas dificultades. ¿Quién inventó la forma de destruir la economía de los españoles, de los griegos? Los bancos son despiadados, el poder económico internacional, las estafas de los bancos. En realidad, no se sabe quién es el responsable. Se dice: “Es el dinero”. Como ha dicho el Papa, “esta sed de tener, de acumular, de aplastar a los otros, de someter”. También están los cánones de siempre: la corrupción, el hecho de que haya una clase dominante que no paga los impuestos y, sin embargo, los pobres diablos sí tienen que pagar. Pero, sobre todo, existe el interés de llevar a toda la gente a la ignorancia. Intentan llevar el nivel cultural al mínimo porque así es más fácil dominar. Porque la cultura es algo verdadero, la cultura aparta la violencia, la margina, margina la especulación, hace razonar al hombre, le da una moral, le da una conciencia cívica. Pero ahora lo único que parece urgente es ir tirando para vivir.
Dario Fo se gira hacia su izquierda y le pregunta a su hijo, también escritor, director y actor: “Dime qué piensas tú”. Jacopo duda un momento, y contesta: “Yo soy optimista. Nunca se ha visto en la historia del mundo que haya habido quinientas mil asociaciones solidarias. En Italia tenemos cinco millones de voluntarios: una familia italiana de cada cinco trabaja para los otros; una familia italiana de cada cinco ha adoptado a otra familia. Este es el motivo por el que la crisis en Italia se siente menos. Los italianos van por delante de los Gobiernos. Es un momento trágico. Yo he escrito una serie de artículos sobre la matanza de niños, los terroristas islámicos, los terroristas israelíes, Hamás… Cosas que parece que a nadie le importan. Hay un problema: la falta de humanidad. La revolución hoy está en que muchos se plantean cambiar su modelo de vida, un modelo económico y de desarrollo diferente. Espero que seamos capaces de hacerlo”.
–Este es su pensamiento, dice el padre.
–Usted es pesimista, dice que no seremos capaces, responde el hijo.
–No, no, no… Yo estoy de acuerdo con que existe una voluntad de salir adelante. Nosotros mismos, yo y mis compañeros de trabajo, bueno, y todos los que son como nosotros, que piensan como nosotros, luchamos para salir de este impasse. Y no es siguiendo cada día el proceso del Gobierno, de los Gobiernos, y esto vale para toda Europa. Para poder salvarnos es necesario volver al valor del ciudadano, a los valores de la generosidad. Ser capaces de alejarnos de la codicia, escapar de ese poder que quiere agarrar cada vez más y más, sin importarle nada. Es necesario dejar de lado el Gobierno, su cultura, su forma de mentir, sus fábulas… ¡Basta! Empecemos a decir: “No os creemos más”; “no os tenemos ninguna confianza, confianza cero… porque ¡sois unos ladrones, sois corruptos, sois inventores de engaños!”.
Y en su novela desenmascara cosas así, y ha querido contar la verdad de Lucrecia, pero ¿qué es la verdad hoy?
Esta es una demostración. Orwell decía una cosa, y es justamente esta indignación ante las cosas falsas, mal contadas aposta, la falta de moral en las propuestas, en lo que se dice. Yo digo: tal vez sea la situación, el proponer este libro que escribí porque estaba indignado. Es bonito que en castellano sea una palabra que usáis comúnmente, en italiano no, aunque yo la he usado siempre. Es muy importante que nos volvamos a escuchar, que se nos vuelva a escuchar ante la injusticia. Lo de Lucrecia fue una injusticia infame. Por eso es importante y necesario tener el coraje para decir la verdad. Yo he escrito todo lo que he escrito sobre tantos personajes por indignación, por cómo se cuentan determinadas historias. Me sorprende que esta sociedad no se indigne. No hay una conciencia social para llevar adelante el mundo.
Es la verdad de Dario Fo al escenificar su vida con historias del pasado y del presente, al ejemplificarla en una doble restauración de Lucrecia, en un libro y en un cuadro: Lucrecia Borgia mira una margarita y otras florecillas silvestres que tiene entre sus dedos, alguien la llama, y ella responde solo mirando de soslayo. Su mirada casi severa mira de frente. ¿Indignada? Nos mira.
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