Apresentação
Nosso desejo era iniciar esta sub-seção de entrevistas com uma realmente histórica, a primeira entrevista que se tem notícia no mundo: uma entrevista com Jean-Jacques Rousseau em meados do século XVIII. Encontrei-a numa publicação editada pela Editora da Universidade de Brasília, em meados da década de 1970/1980. Mas, perdi-a e estou no seu encalço. Enquanto não encontramos, publicamos outra no seu lugar, também, carregada de história em diversos aspectos. A começar pela entrevistadora - Oriana Fallaci - uma grande e corajosa jornalista italiana, que entrevistou grandes e, particularmente, controversas personalidades da nossa história.
O entrevistado é um dos tiranos mais cruéis da humanidade: Reinou absoluto mais de quatro décadas na Etiópia e se transformou num mito religioso, que hoje mantém um crescente rebanho fora de seu pais. Era intitulado Rei dos Reis, Senhor dos Senhores e Leão Conquistador da Tribo de Judah, e alimentava essa crença dentro e fora da Etiópia. A religião ou o movimento Rastafári possui cerca de um milhão de adeptos no mundo, tendo a Jamaica como centro difusor. Mas a maior parte deles não liga esse nome ao tirano etíope.
A entrevista, também, é interessante, tensa, com momentos de explosão do entrevistado indignado diante das perguntas: Ça suffit! ça suffit! (Basta! basta!). Como era de se esperar, a entrevista foi concluida com a expulsão da entrevistada do palácio real: Quém é esta mulher? De onde vem? O que quer de mim? Fora! Basta!
HAILÉ SELASSIÉ
(Rastafári)
Entrevista conduzida por Oriana Fallaci, em junho de 1972 e publicada em seu livro Entrevista con la história. Havana: Ed. Pablo de la Torriente, 1991
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Resulta difícil para un italiano, escribir desapasionadamente sobre Hailé Selassié porque no es fácil superar la situación embarazosa que supone haberlo agredido, insultado, expulsado de su pais con la inútil guerra que Mussolini nos echó a la espalda hace treinta y siete anos. En 1935 también nosotros teníamos nuestro Vietnam. Se llamaba Etiopía. Quien ve el Vietnam como cosa nueva olvida o ignora, que para hacer un imperio nosotros caímos sobre un pueblo que no molestaba a nadie y para defenderse tenía un ejército descalzo y armado prácticamente sólo de sables. Olvida o ignora, que contra este pueblo enviamos las escuadrillas de Balbo y de Ciano, bombardeando pueblos indefensos, hospitales de la Cruz Roja, familias en fuga. Enviamos a las tropas dei mariscal Badoglio, lanzando gases asfixiantes, sembrando destrucción y terror. Enviamos a los camisas negras del general Grazianl, manchándonos con ejecuciones masivas y con las matanzas más inicuas. My Lai no debe asombrarnos. Nuestro My tal fue peor. Ocurrió en febrero de 1937, cuando, a consecuencia de un atentado contra Graziani, los camisas negras tuvieron carta blanca en Addis Abeba. Y durante dias descuartizaron mujeres, ancianos, ninos. Incendiaron casas e iglesias. Fusilaron a sacerdotes, estudiantes, inocentes. Hay quien dice que fueron tres mil, hay quien afirma que tueron treinta mil. Los estragos cesaron sólo cuando el puesto de virrey fue entregado a un civil Amadeo de Aosta. Pero ni siquiera entonces dejamos de portarnos, de modo infame con Hailé Selasslé. Le dedicábamos historietas cruetes como aquella en la que huía con la sombrilla. Le cantábamos canciones ruines como aquella que dice: “Aqui llega el rey de reyes en calzoncillos de filé”. O aquella que decia: “Con la barba del Negus haremos cepillos, con la piel del Negus haremos bolsos”.
Más que incomodidad, es sentido de culpa. Y también verguenza. Y a tal culpa, a tal verguenza, los italianos que hoy se acercan a Hailé Selassié reaccionan viendo exclusivamente lo mejor: los méritos del pasado. Sus retratos pecan siempre de expresiva obsequiosidad, de una incomodidad y generosa admiración. Hablan siempre de su compostura hierática, de su dignidad real, de su agudísima inteligencia, de su generosidad para com los antiguos enemigos. Nunca explican quién es en realidad el soberano que nosotros convertimos en victima. Nunca se atreven a decir que es algo menos o algo más que una victima. Por ejemplo, que es un viejo encorsetado en principios abandonados desde hace siglos. Por ejemplo, que es dueno absoluto de un pais que no ha oido nunca las palabras derecho y democracia. y que apenas sale de los muros de la ciudad, vive en el limite dela prehistoria: oprimido por el hambre, las enfermedades y la ignorancia. Sometido a un régimen feudal tan rígido como no conocimos ni siquiera en nuestra más sombria Edad Media. Por ejemplo, que es una estatua que no simboliza ni mucho menos los sufrimientos que nosotros impusimos a Etiopía. Se llega ante él, falto de preparación. Se llega ante él ignorando verdades que luego te dejan desconcertada; así me quedé yo viéndolo la primera vez escoltado por sus perritos, dos chihuahuas que siempre lleva detrás a la manera de Xavier Cugat. La única diferencia es que los chihuahuas de Xavier Cugat eran castaños y los suyos uno blanco y el otro negro. Blanca la hembra que se llama Lulú, negro el macho que se llama Papillón. !Vaya nombres para los perros de un rey! Y qué raza de perros. Cuando llegó con ellos al Gondar me pareció sonar un relato humorístico.
La primera vez lo vi en al Gondar, una región abandonada de Dios y de los hombres, quemada por el sol, árida. Árboles, hormigas tucules. Su Majestad habia ido al Gondar para inaugurar un puente metálico, y para acercarse a Su Majestad, o mejor dicho, para acercarse a la comida en honor de Su Majestad, los pobres habian acudido a centenares. Con sus andrajos, sus llagas y su tracoma. La comida se habia preparado al aire libre alrededor de la tienda imperial. Se había sacrificado docenas de carneros. El aroma de la comida llenaba el valle como uma niebla, como una tortura. Los pobres no pretendian los pedazos selectos, los bistecas que aparecian humeantes sobre el mantel de Su Majestad. Las mesas de los sacerdotes coptos que habian acudido con sus sombrillas, sus cruces de oro y plata y sus invocaciones al Dios igualmente justo para todo y aquellos sacerdotes comian como leones. En cambio, los pobres se contentaban con los desechos. E imploraban desesperadamente, a voz en grito, los restos que los cocineros tiraban. Los intestinos, las cabezas, los huesos con un poco de carne pegada. Pero los cocineros arrojaban los restos a un prado vigilado por soldados con metralleta, y los soldados con metralleta rechazaban a patadas a cualquiera que intentase dar un paso, y los intestinos, las cabezas y las huesos con un poco de carne pegada iban a parar a los buitres y a los perros. Aquel prado era una pelea de perros, un aleteo de buitres que, felices, se lanzaban en picada y remontaban el vuelo con el pico lleno, mientras los pobres se lamentaban. “¡Uh! ¡Uh! ¡U!” Se lamentaron durante tres horas. Luego Su Majestad subió al jeep para regresar a Addis Abeba, y en el Jeep habla una caja de dólares nuevos: billetes de un dólar etiope que vale veintidós pesetas. Su Majestad se puso a repartir dólares de veintidós pesetas. El jeep avanzaba a paso humano, los pobres corrian a lo largo de la calle flanqueada también por los soldados con metralleta y Su MaJestad entregaba el dólar al pobre que los soldados impedlan que avanzara, eligiéndolo al azar entre la multitud. Una multitud que se apretujaba, movido cada uno por la esperanza de colocarse al lado de un soldado e implorarle: “¡yo! ¡yo!”. Mujeres encinta y niño rodaban por los suelos donde las más fuertes se subian encima de ellos y los pisoteaban sin piedad. Su Majestad se daba cuenta de todo, desde luego, pero no abandonaba ni un momento su hierática compostura, la dignidad real sobre la que tanto se ha leído. Sonreía imperceptiblemente, a la vista de los que se aferraban a los dólares y corrian por la colina en busca de atajos que les llevasen nuevamente al cortejo y al jeep para agarrarse de nuevo a un soldado, para volver a ser elegido, para extender otra vez la mano a la humillación. Al más veloz, que le daba las gracias con el saludo fascista, Su Majestad le respondia con ademán bendiciente, hierático.
Se llega a Su Majestad con esta visión en los ojos. Se llega en audiencia oficial al palacio que fue del rey Menelik y de la reina Taitú, pasando entre los mendigos tumbados sobre la hierba, los guardias brutales que te tratan a empujones, y entre los leones que rugen sombrios. Hay dos en una jaula y otro suelto, atado sólo a una cadenita. El palacio se llama Viejo Ghebi y es una construcción de estilo colonial en el centro de Addis Abeba, rodeado de jardines y de altos muros. Se sube la escalinata meditando sobre la comicidad que a veces acompaña al dolor: la audiencia me había sido anunciada nueve dias antes junto con una serie de advertencias bastante cómica. Sobre todo nada de pantalones. Su Majestad es un senor a la antigua, no soporta a las mujeres vestidas de hombres. Y atención: tampoco soporta los vestidos cortos, escotados, sin mangas. Ninguna pregunta comprometedora o improvisada, por ejemplo, sobre Eritrea. Nada de conversación directa: Su Majestad hablaria en amárico y su secretario privado traduciria. En cuanto al cuestionario habia que entregarlo por anticipado y someterlo al examen de los consejeros. Me enfureci. Sólo habia aceptado dos de los cuatro puntos: el de las pantalones y el de Eritrea. Pero mi dureza habia sido castigada con noticias desastrozas sobre los dos chihuahuas. Si, Lulú y Papillón estarian presentes en la conversación y ¿sabia por qué? Porque Su Majestad los usa como radar. Ellos le detectan bombas, traiciones, enemigos, peligros materiales y morales, la gente que ha de ser apartada y la gente en la que se puede confiar. El año anterior le habían colocado un ingenio de relojeria en el avión en el que debia viajar. Cuando los perros subieron a bordo se pusieron a ladrar histéricamente y el rey comprendió que debia escapar.
Después de la escalinata hay una antesala, luego un saloncito de estilo chino, luego otra antesala, y de aqui se pasa al salón de Su Majestad: amplio, rojo, lleno de estucos, de tapices, de alfombras, de sillones rococó. Pasado el umbral hay que hacer una reverencia, un poco más adelante una segunda reverencia y luego una tercera reverencia. Agotadas las reverencias se levanta la cabeza, y, de pie ante un trono decorado con un tejido claro con flores rosas y azules, está Hailé Selassié, emperador de Etiopia, León de Juda, Elegido de Dios, Poder de la Trinidad, Rey de Reyes. Si, es él mismo. Es este anciano pequeñísimo, antiquísimo. ¿Cuántos anos debe tener? ¿Sólo ochenta como dicen las biografias? Yo diria que noventa o cien. Un rostro enjuto, sin carne, salpicado de manchas pardas, de madera. Parece el rostro de los faraones que están en el museo de EI Cairo, durmiendo un sueño de milenios y milenios. Más que un rostro, es una nariz y dos ojos. Una cabeza de pájaro. La nariz es dura, larga, como un pico de águila: no termina nunca. Los ojos son redondos, atónitos, velados por una cortina acuosa: hinchados de olvido. Cejas, bigote, barba, cabellos, lo cubren todo como plumas. Bajo aquella cabeza de pájaro con rastro de faraón, se adivina un sueno frágil como el cuerpo de un niño disfrazado de viejo. Sólo el tórax es un poco ancho porque Su MaJestad lleva bajo la chaqueta un chaleco antibalas; todo el mundo lo sabe. Debe ser un chaleco muy pesado porque Su Majestad se sostiene con dificultad sobre unos pies que tal vez, respecto al cuerpo, resultan desproporcionados. Te observa cansadamente, tiende la mano y te estrecha la tuya. Se diria que basta un soplo para derribarlo, para romperlo en pedazos. No intimida visto de cerca. Casi inspira ternura. Por un instante quisieras cenirle los hombros, ayudarle, decirle: “Por favor, Majestad, no esté de pie por mi, siéntese. No lleve este artefacto encima, le impide respirar. Quíteselo, por favor. Despacio, cuidado, muy bien. En seguida le traigo un almohadón y le sirvo un caldito. ¿Necesita algo más, Majestad?”
Pero en lugar de esto, sucede otra cosa. Sucede que irrumpen, petulantes y molestos como dos mosquitos, los malditos chihuahuas. Y salen al encuentro para husmear si soy amigo o enemigo, pero a medio camino frenan, de golpe, como si entre ellos y yo hubiera un terreno minado. Y se quedan asi, parados, mirándome en un silencio colmado de incertidumbre. Su Majestad las miró, me miró, se endureció. Sentado ahora em el trono en el que se había encajdo con movimientos cautos y lentisimos, recobró toda su autoridad despladada de Gondar. Fuera la fragiliad, fuera la ternura, de repente quedó claro que no haria nada para mostrarse cordial y contestarme. El era el Rey de Reyes, y yo sólo alguién que no era del gusto de sus perros. “¡Parlez!”, dijo con voz ronca y baja. A pesar de las protestas del secretario, preparé el magnetófono y pedi a Su Majestad que me respondiera en francés: no me fiaba de las traducciones. El secretario temblaba indignado. Su Majestad lo hlzo callar sin mirarlo, con un ademán de su indice. Y... ¡cielos! Yo queria empezar con una frase amable, lo juro. Por ejemplo, con una frase que se refiriera a ese nacional sentido de culpabilidad. Pero ante mis ojos reapareció vivisima, punzante, desesperada, la escena de Gondar: aquellos pobres cubiertos de andrajos, atormentados, con las manos tendidas hacia las tripas devoradas por los perros, por los buitres, mientras los soldados de las metralletas los apartaban a puntapiés; aquella multltud que corria, se atropellaba. se mataba para recoger un dólar de veintedós pesetas, un dólar del rey. Y surgió mi pregunta, insoportable, insolente. La conversación duró más de una hora. Su Majestad respondia fatigosamente, con pausas interminables, jadeando. A menudo, no comprendia lo que le preguntaba evitando alusiones directas. Tal vez porque no habla francés tan bien como dice, tal vez porque su envejecido cerebro ya no sigue los conceptos. Y me tocaba repetir, soportar su colera que a veces resultaba ofensiva: “¡Etudiez, étudiez!” ¿Qué tenia que estudiar? ¿La buena crianza, la hipocresia, las mil cosas que los reyes no saben? Ante la última pregunta, se asustó. Era una pregunta sobre la muerte. Y a Su Majestad no le gusta la palabra muerte. Tiene demasiado miedo de morir, él que con tanta facilldad manda a otros a la muerte. De manera que me echó. Pero se enfadó mucho más cuando la entrevista fue publicada. Para explicar mejor lo que él me habia dicho, me pareció oportuno intercalar sus respuestas con notas y observaciones. Y, claro está, tales notas, tales observaciones, no podian halagarle. Su ira explotó violentamente y de ella florecieron amenazas, protestas oficiales y oficiosas, pastiches diplomáticos que comprometieron al embajador etiope en Roma y desgraciadamente al embajador italiano en Addls Abeba. Y no cito las protestas de los italianos que vivian en Etiopia y que temian, por mi culpa, una real venganza. La mayor parte de los italianos que viven en Etiopia hablan con nostalgia de Mussolini y no sintieron por mi demasiada simpatia. Sus quejas tuvieron muy poco de amistosas. Prefiero referirme a las cartas de quienes me informaron, afectuosamente, de que haria bien! en no volver a poner los pies en Etopia hasta que Su Majestad hubiera pasado a mejor vida. “Se lo ruego, siga mi consejo”.
Ya conocia el consejo. Me lo habian dado, desde Haiti, después de mi entrevista con Baby Doc: “Se lo ruego, manténgase alejada de Port au Prince. Si vuelve, se juega la piel. La caracteristica más irritante de los tiranos es que carecen de fantasía.
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ORIANA FALLACI - Hay una cuestión, Majestad, que me preocupa desde que vi aquellos pobres correr detrás de usted por un dólar de veintedós pesetas. ¿Majestad. qué siente cuando reparte limosna a la gente? ¿Qué siente ante tanta miseria?
HAILÉ SELASSIÉ - Siempre ha habido pobres y ricos y siempre los habrá. ¿Por qué? Porque hay quien trabaja y hay quien no trabaja, quién tiene afán de ganar algo y quien no tiene ganas de hacer nada. Es cierto que Dios nuestro Señor nos pone iguales en el mundo, pero también as cierto que cuando se nace no se es rico ni pobre. Se está desnudo. Es luego cuando uno se vuelve rico o pobre según sus méritos. Sí, también nos sabemos que distribuir dinero no sirve para nada. ¿Por qué? Porque para resolver la miseria hay un solo camino: trabajar.
Majestad, quisiera estar segura de haber comprendido bien. ¿Quiere decir, Majestad, que el que es pobre merece serlo?
Nos hemos dicho que es pobre aquel que no trabaja porque no quiere. Hemos dicho que la riqueza hay que ganarla con esfuerzo. Hemos dicho que el que no trabaja no come. Y ahora añadimos que la capacidad de ganar depende del individuo: cada individuo es responsable de sus desgracias, de su destino. No es justo esperar que la ayuda caiga del cielo, como un regalo: la riqueza hay que merecerla. EI trabajo es uno de los mandamientos de nuestro Señor Creador. La limosna, vous savez...
(Entre las limosnas que el emperador hace a sus súbditos está también la del pan. Cada sábado, cuando el emperador va a una de sus villas campestres al lago, llena su automóvil de hogazas y las va lanzando por la ventanilla. Pero no siempre el pan va a parar a manos de sus súbditos, Los perros y los carneros conocen el rito, de manera que cuando aparece el automóvil, corren a disputarse el puesto con los niños y con los hombres y generalmente ganan. El pan, en Etiopía, es una comida de ricos. El plato nacional en Etiopía, es la ingera una tripa de pasta gris, blanda. Se come empanada con berberé, una salsa asesina compuesta de pimentón, picantes y cebollas trituradas. El berberé mata al gusanillo del hambre, la ingera llena el estómago. La carne se come sólo dos o tres veces al año y cruda. El motivo es que Etiopia es el país de renta per cápita más baja del mundo. El salario de un zabagna, un guardia en la ciudad, es de quince dólares al mes. El proletariado, en realidad, no existe. La mayor parte de la población se dedica al pastoreo. La tierra pertenece a la iglesia copta o al emperador que utiliza sus dominios como le place. Por ejamplo, para hacer regalos a sus protegidos o a sus cortesanos. El pueblo no se rebela; ni siquiera tiene capacidad para ello. Una estadística sueca publicada por el Dagens Niether sostiene que el noventa y cinco por ciento de los etiopes son analfabetos y el cinco restante saben leer pero no todos saben escribir. También sostien que el cuarenta por ciento padecen sífilis, el cincuenta tracoma y el treinta lepra.)
Majestad, ¿qué piensa de la nueva generación presa del descontento? Me refiero a los estudiantes que se agitan en la Universidad, especialmente en Addis Abeba y...
La juventud es la juventud. No se pueden combatir las actitudes inherentes a la juventud. Por otra parte, no representan nada nuevo: en el mundo nunca sucede nada nuevo. Examine el pasado. Se dará cuenta de que la desobediencia de los jóvenes viene de antiguo. Los jóvenes no saben lo que quieren. No pueden saberlo porque les falta experencia, les falta sabiduría. Para mostrar a los jóvenes el camino recto y castigarles cuando se rebelan a la autoridad, está el jefe del Estado, estamos nos. Pero no todos los jóvenes son malos y sólo los culpables irreductibles son castigados sin piedad. Los otros son doblegados e inducidos a servir a su país. Así pensamos nos y así debe ser.
¿Hay que castigarles incluso, con la pena de muerte, Majestad?
Hay que examinar bien la cuestión. Y en ocasiones se descubre que la pena de muerte es justa y merecida. Por ejemplo, para los desobedientes. ¿Por qué? Porque va en interés de todo el pueblo. Nos hemos abolido muchas cosas. Por ejemplo, la esclavitud. Pero la pena de muerte, no: no podemos abolirla. Sería como renunciar a castigar a quien osa discutir la autoridad. Así pensarmos nos y así debe ser.
(La autoridad del emperador es indiscutible e indiscutida; el pueblo lo venera como un Dios y acepta sin replicar cada una de sus deci-siones. Pero la exígua minoría de jóvenes que van a la escuela, sobre todo en Addis Abeba, no piensa así. Y difunden escritos contestatarios, hablan da una simiente que germina. “La semilla de una planta llamada libertad”. En respuesta a tales protestas, por otra parte confusas y esporádicas, hubo redadas da la policía y los estudiantes desaparecieron. La uníversidad de Addis Abeba tiene normalmente más de tres mil alumnos. Sin embargo, durante ciertos semestres no hay más que algunos centenares. Dónde han ido a parar los demás? Nadie lo sabe. Alguíen se lo ha preguntado al ministro de Educación que no ha contestado. La única esperanza es que hayan sido enviados a comunidades agrícolas, es decir, los acostumbrados campos de concentración, o a minas de oro, como la mina de oro del emperador, en las que trabajan sólo detenidos. No hay pruebas. El único indicio lo proporcionaron dos camiones llenos de estudiantes detenidos sin motivo hace algún tiempo. La policia afirma que la razón es que estaban peleando entre ellos. Pero el mismo día fueron también detenidos una profesora norteamericana que enseñaba sociología y un profesor inglés que enseñaba literatura; acusados de incitar a los alumnos a la rebellón. Y, después de haber sido despedidos y luego expulsados, ambos declararon no haber visto ninguna pelea.)
Majestad, quisiera que me hablase un poco de si mismo. Digame ¿alguna vez fue usted un joven desobediente? Pero tal vez debiera preguntarle si ha tenido tiempo de ser joven, Majestad.
Nos no comprendemos la pregunta. ¿Qué me pregunta? Por supuesto que nos hemos sido joven: no hemos nacido viejo! Hemos sido niño y luego adolescente y luego joven y luego adulto y luego viejo. Como todos. Nuestro Señor Creador nos hizo a nos como a todos. Tal vez lo que usted quiere saber es qué tipo de joven era. Nos, bien: era un joven muy serio, muy estudioso, muy obediente. Alguna vez castigado, pero ¿sabe usted por qué? Porque a nos no le bastaba lo que a nos le hacían estudiar y nos queríamos estudiar más. Nos queríamos quedarnos en la escuela después de terminadas las clases. Nos disgustaba divertimos, montar a caballo, jugar. No queria perder el tiempo en juegos.
Majestad, tal vez no he sabido explicarme...
Ça, suffit, ça suffit! ¡Basta, basta!
(En realidad Hailé Selassié nació viejo. A los siete años, alentado por su ambicioso e inteligentísimo padre, el ras Makonnen, primo del rey Menelik, leía y escribia correctamente el amárico. A los nueve años se sabía de memorila buena parte de la literatura francesa. A los trece años recibió de Menelik el título de gran cherif, y a los catorce fue nombrado gobernador de la província de Sodalli. En este año murió su padre y Menelik lo llmó a la corte para que aprendiese el arte de la política, aunque la reina Taitú lo encontrase odioso y se opusiera a su sucesión. Estuvo en la corte dos anos. Luego fue nombrado gobernador del Sídamo y, a los dieciséis años, ya ejercia la autoridad judicial, pronunciaba sentencias de condena a muerte o de penas corporales y dirigia las expediciones punitivas, jefe absoluto de un millón de personas que besaban la tierra a su paso. Tafari Makonnen, que éste as su verdadero nombre, nunca tuvo ni tiempo ni manera de vivir la edad en que se descubre lo justo y lo injusto. Educado en los complots, en las intrigas, en la crueldad, aprendió a sobrevivir a través del cinismo, y toda su vida se concentró en el esfuerzo de conquistar el poder y luego mantenerlo. Lo consiguió sin pararse en escrúpulos, recurriendo a menudo a sistemas que hubieran hecho palidecer a los Borgia y a Maquiavelo juntos: el modo como eliminó el verdadero heredero del trono Lij Vasu, por ejemplo. El modo como neutralizó a la reina Zauditu, el modo como lanzó unos contra tros a los ras adversarios. Despiadado, obstinado, clarividente, subió por fln al trono en 1930, despues de haber sido regente y luego de haber sacrificado a aquel sueño hasta la capacidad de sonreir. Nunca sonreir y nadie le ha visto reir jamás.)
Majestad, usted es el monarca que ha reinado más tiemp de todos los que están ahora en el trono. Y, en una época que ha visto la ruinosa caída de tantos reyes, usted es el único monarca absoluto. ¿Alguna vez se ha sentido solo en un mundo tan distinto del mundo en que creció?
Nos creemos que el mundo no ha cambiado en absoluto. Nos creemos que esos cambios no han cambiado nada. Ni siquiera vemos la diferencia entre república y monarquia. Nos vemos dos sistemas sustancialmente iguales de gobernar un pueblo. A ver, dígame, ¿cual es la diferencia entre republica y monarquia?
Realmente, Majestad... Bueno, a nos..., quiero decir..., a mi me parece comprender que en las repúblicas donde existe la democracia el jefe es eligido. Encambio, en las monarquias no.
No vemos la diferencia.
No importa, Majestad. ¿Qué piensa de la democracia?
Democracia, república, qué quieren decir estas palabra? ¿Que han cambiado en el mundo? ¿Acaso los hombres son mejores, mas leales, mas buenos? ¿Acaso el pueblo es más feliz? Todo continúa como antes, como siempre. Ilusiones, ilusiones. Y, además, hay que mirar por las intereses de un pueblo antes de subvertirlo con palabras. A veces la democracia es necesaria. Pero a veces es un perjuicio, un error.
(En Etiopia se ignora incluso lo que son las elecciones, lo que es el voto. Si alguien le explicase a un pastor del Gondar que tiene derecho a expresar su opinión y a manifestarla con una cosa que se llama voto, se lo tomaria a broma y no lo creeria. La libertad de pensamiento no existe y, naturalmente, no existen partidos politicos. Ni siquiera clandestinos. La policia secreta está organizadisima. Los teléfonos están controlados. Y hasta los extranjeros tienen miedo de expresar un punto de vista que no coincida con el del emperador. Por una naderia, uno se puede ver acusado del delito de lesa Majestad y acabar en la cárcel o ahorcado. El hecho es que el emperador no cree en una Etiopia inserta en un clima de libertad y democracia. No tiene a su pueblo en mucha estima. A las personas de su conflanza les repite siempre con desprecio: “Vouz savez, ces gens...” Y a menudo cita el ejemplo del Congo: “Ved lo que sucede cuando se da libertad a cierta gente".)
Majestad, ¿intenta acaso decir que ciertos pueblos como el suyo no están preparados para la democracia y por tanto no la merecen? ¿Intenta decir que la libertad de prensa seria inadmisible aqui?
Libertad, libertad... El emperador Menelik y también nuestro padre, hombres iluminados, examinaron esta palabra y siguieron de cerca estos problemas. Se lo plantearon e hicieron muchas concesiones al pueblo. Nos, más tarde, hicimos otras. Ya hemos recordado que fui- mos nos qulenes abolimos la esclavitud. Pero, repetimos, que algunas cosas son buenas para el pueblo y otras no. Es necesario conocer a nuestro pueblo para darse cuenta de ello. Es necesario proceder lenta, prudentemente, ser como un padre muy cauteloso respecto a sus propios hijos. Nuestra realidad no es la de ustedes. Y nuestras desgracias son infinitas.
(Al principio de su reinado Hailé Selassié introdujo la radio en Etiopia. Más tarde los periódicos y la televlsión. A pesar de esto, en Addis Abeba no se sabe nada de lo que suceda en el resto del mundo. Tanto la radio como los periódicos y la televisión sirven sólo como instrumentos de la propaganda real. Cada noche el noticiero de la televisión empieza con una noticia sobre el emperador que ha inaugurado un puente o ha descubierto una lápida o ha participado en una feria benéfica o se ha reunido con un embajdor. Invariablemente, las dos primeras palabras son: Su Majestad... Los periódicos son, sustancialmente boletines de palacio. Incluso el Etiopian Herald, en inglés, empieza como el noticiero de la televisión. Hasta el estallido de una guerra, la llegada del primer hombre a le luna, las catástrofes locales pasan a segundo plano ante una ceremonia del emperador o vienen consignadas en pocas lineas. El dia en que el avión de la East African se estrelló em la pista y murieron cincuenta personas, la prensa dedicó todo su espaclo a una visita campestre de Su Majestad. Los etiopes están tan bombardeados por el mito de Su Majestad que, cuando oyen en la radio un anuncio de Coca-Cola, creen escuchar su voz.)
Majestad, ¿alguna vez ha lamentado su destino de rey? ¿Ha deseado alguna vez vivir como un hombre normal?
No comprendemos su pregunta. Ni en los momentos más duros, más dolorosos, nos hemos lamentado o maldecido nuestro destino. Nunca. ¿Por qué hubiéramos tenido que hacerlo? Hemos nacido de sangre real, el mando nos espera. Y, puesto que nos espera, puesto que Nuestro Señor Creador ha pensado que podriamos servir al pueblo como un padre sirve a su ofjo, ser monarca constituye para nos un gran placer. Hemos nacido para esto, y para esto hemos vivido siempre.
Majestad, estoy intentando comprenderle como hombre y no como rey. Por tanto, insisto y le pregunto si este oficio le pesa alguna vez; por ejemplo, cuando debe ejercerlo por la fuerza.
Un rey no debe jamás lamentar el uso de la fuerza. Hay necesidades malas, pero son necesidades, y un rey no debe detenerse frente a ninguna necesidad. Ni siquilera cuando ésta le disgusta. Nos no hemos tenido nunca miedo de ser duros; el rey sabe lo que es conveniente para el pueblo y el pueblo no lo sabe. Para castigar, por ejemplo, nos debemos aplicar únicamente el juicio de nuestra conciencia. Y nunca sufrimos cuando castigamos porque creemos en ese castigo y tenemos absoluta confianza en nuestro juicio. Así debe ser y asi es.
(Los castigos del emperador excluyen a los miembros de la familia real. Estos no pueden ser condenados ni a muerte ni a penas corporales. Para las demás el castigo va desde los trabajos forzosos a la horca. Desaparecido el castigo de cortar la mano o el pie, utilizado con frecuencia hace algunos anos, se mantiene, sin embargo, la costumbre de emparedar vivos a los traidores en su propia casa. Pero en los últimos años el emperador se ha dulcificado un poco y el ano pasado ordenó liberar a un ras a quien habia hecho emparedar vivo en 1954. Después de dieciocho anos de oscuridad y de silencio el ras no habia muerto pero estaba gravemente enfermo. Hailé Selassié lo mandó a un hospital para que se recuperara y, en senal de perdón, le regaló un automóvil. Tamblén corre la voz de que, para hacer menos dolorosas las ejecuciones, el emperador quiso introducir en Etiopia la silla eléctrica y confió el asunto a un italiano que, efectivamente, la construyó. Pero la silla funcionó mal y el condenado se quemó pero no murió, de manera que el emperador decidió volver a los antiguos sistemas. Otro sistema por el que siente predilección es el de la humillación pública. Sucede, por ejemplo, que un cortesano comete un error o se muestra indigno de la confianza en él depositada. En tal caso, Su Majestad actúa de la siguiente manera: le obliga a presentarse cada mañana ante él, de rodillas, y finge no verlo. Durante meses, a veces durante años. Y es perdonado cuando el emperador se para y le dice: “Nos sorprende verte aqui hijo. Qué podemos hacer por ti?”)
Majestad, usted habla siempre de castigos. Pero ¿es cierto que ustedes tan religioso y tan devoto de las ensenanzas cristianas?
Nos hemos sido siempre muy religioso, desde niño, desde el día en que nuestro padre, el ras Makonnen, nos enseñó, los mandamientos de Nuestro Señor Creador, nos rezamos mucho, y vamos a la iglesia lo más a menudo posible, cada mañana si es posible, nos acercamos a los sacramentos cada domingo, con regularidad. Pero por la religión no entendemos sólo la nuestra, y hemos concedido al pueblo la libertad de observar la religión que le plazca. Creemos en la unidad de las Iglesias, y por esto durante nuestro viaje a Italia estuvimos tan inresados en reunirnos con Pablo VI. Nos gusta mucho. Nos parece un hombre de gran capacidad, sobre todo en sus intenciones de trabajar por la unidad de las Iglesias y nos demostró mucha amistad.
(El encuentro con el Papa era, desde hace decenios, el sueño Hailé Selassié. Pero el Papa a quien queria conocer no era Pablo VI, sino Juan XXIII. Repetia: “Tenemos que vernos nosotros dos antes de que uno de los dos muera”. La muerte del Papa Juan le estristeció tanto que durante algún tiempo no volvió a hablar de pontífices. Se interesó de nuevo por el tema hace tres años y la opinión general es que su viaje a Italia tenia fines místicos más que políticos. La mayor parte de su misticismo se lo debe Hailé Selassié a su mujer, la emperatriz Menen, muerta en 1965. Menen, beata hasta la médula, era la cuña del clero copto en la Corona, y el emperador era devotísimo de ella. Nunca dejó de amarla y de escucharla desde el dia en que ella habia enviado al otro mundo a su primer marido. Otra razón por la que el emperador se muestra tan religioso, es porque tal imagen contribuye a su prestigio. Más de una vez forzando la imagen esperó que le concedieran el premio Nobel de la Paz y estuvo a punto de conseguirlo. Lo perdió a consecuencia de las represiones an Eritrea.)
Majestad, durante su viaje a Italia, los Italianos hicieron todo lo posible para demostrarle lo que les disgustaba haberle hecho la guerra. Con la entusiasta acogida que le dispensaron le dijeron que la de 1935 habia sido la guerra de Mussolini. ¿Está usted convencido de ello ahora?
Si es posible una diferencia entre italianos y fascistas, no corresponde a nos decirlo. Corresponde a la conciencia de ustedes. Cuando un pueblo entero acepta y mantiene en pie a un gobierno, quiere decir que ese pueblo reconoce a ese gobiemo. Pero nos queremos aclarar que siempre hemos separado, en nuestro juicio, la guerra de Mussolini y el gobierno de Mussolini. Eran dos cosas distintas, y, al mismo tiempo, no nos creemos en condiciones de juzgar al gobierno de Mussolini por la guerra com la que agredió a Etiopia. Es el proprio gobiemo el que juzga cómo ser útil a su pueblo y, evidentemente, el gobierno de Mussolini nos agredió pensando ser útil, com esa guerra, al pueblo italiano.
Majestad, tal vez no lo he comprendido bien. ¿Puedo preguntarle cómo juzga, en la actualidad, a Mussolini?
Nos no le juzgamos. Ahora está muerto y no sirve para nada juzgar a los muertos. La muerte lo cambia todo, lo anula todo. Incluso los errores. A nos no nos gusta hablar de odio o de desprecio respecto a un hombre que ya no puede respondenos. Y lo mismo digo respecto a todos los demás que invadieron nuestro pais: Graziani, Badoglio. Todos han muerto. Silencio. Nos conocimos a Mussolini en 1924, cuando aún no éramos emperador y nos trasladmos a Italia en visita oficial. Nos recibió muy bien, como un verdadero amigo. Estuvo muy amable. Nos gustó. Hablamos abiertamente con él del pasado y el porvenir. Nos inspiró confianza. Después de la conversación se desvanecieron todas nuestras dudas. Luego él faltó a su palabra. Y esto no lo comprenderemos nunca. Pero ahora ya no tiene importancia.
(Nadie ha conseguido nunca que Hailé Selassié diga una sola pa- labra contra Mussolini. Lo máximo que se puede sacar de él, cuando se toca el tema, es que demuestre el estupor de haber sido traicionado. Es opinión general que Hailé Selasslé es el ultimo verdadero admirador de Mussolinl y que antes de 1935 sentia por él una secreta admiración. Una admiración decepcionada, pero no borrada, por la guerra fascista. En la entrevista de 1924 Hallé Selassié, político inteligente y hombre de fino olfato, comprendió que podía andar de acuerdo con Mussollni. Fue Mussollni el que nunca se dio cuenta de que hubiera podido marchar de acuerdo con Hailé SeIassié. En el fondo se trataba de dos autócratas que gobernaban con los mismos principios: puño de hierro y ninguna libertad. Lo que para nosotros son defectos para Hailé Selassié son virtudes. En 1941, cuando regresó a Addis Abeba, el emperador supo que los fascios litorios pasaban en desbandada por cierto puente. En seguida ordenó que no les molestasen. "¿Por qué tendriamos que hacerlo?" Por lo demás, todos los italianos que en Etiopía tienen relación con el emperador, son incurable y oscuramente fascistas.)
Entonces, Majestad, ¿como ve usted aquellos desgraciados anos? ¿Cómo ve la guerra que le hicimos?
Nos miramos estas años con reacciones diferentes, en contraste. Por una parte no es posible olvidar lo que los italianos nos hicieron; sufrimos mucho por culpa de ustedes. Por otra parte, qué podemos decir? A muchos les sucede que hacen una guerra injusta y la ganan. Apenas regresamos an 1941, a nuestro país, Nos dijimos: tenemos que ser amigos de los Italianos. Y hoy lo somos de verdad. Ustedes han cambiado en muchas cosas y nosotros hemos cambiado en muchas otras. Y... digámoslo así: la historia no olvida y los hombres, en cambio, pueden olvidar. Incluso pueden perdonar, si tienen um espíritu benévolo. Y nos intentamos serlo. Sí, hemos perdonado. Pero no olvidado. No hemos olvidado. Lo recordamos todo, ¡ todo!
¿También el discurso que hizo ante la Sociedad de Naciones, Majestad? ¿También el dia en que huyó?
Oh, si. Recordamos muy bien el discurso, la víspera de aquel discurso, los periodistas fascistas que nos insultaban, las palabras que nos pronunciamos invocando justicia: “Hoy nos sucede a nosotros, mañana os sucederá a vosotros”. Y asi sucedió ... Y recordamos el dia en que partimos hacia el exílio porque aquél fue el dia más doloroso de nuestra vida. Tal vez también el más incomprendido. Y exigió mucho valor; a veces las cosas que aparentemente no requieren coraje, exigen mucho valor. El hecho de que no nos quadaba nada más que la esperanza de volver al frente de nuestro pueblo. Pero era una esperanza grande y, mientras viajábamos, se convirtió en certeza absoluta. Nos no lo hubiésemos hecho si hubiésemos pensado que tendríamos que quedarnos para siempre en Europa! Nos habíamos comprendido cómo marcharian las cosas y nadie nos vio nunca desesperado en aquellos años.
(El 2 de mayo de 1936, tres días antes de que Graziani entrase en Addis Abeba, Hailé Selássié escapó en un tren especial que lo llevó6 a Djibuti y desde allí, en un acorazado británico, pasó al otro lado del mar Rojo. Viajaba con su mujer, los tres hijos, las dos hijas, cortesanos y dos perritos chihuahuas, bisabuelos de Lulú y de Papillón, el tesoro de la Corona y un prlsionero: el ras Hailú. La huida fue penosa. humil1ante. Llegado a Jerusalén, el emperador se enteró de que las tropas etíopes, abandonadas a si mismas, habian saqueado el palacio, matado a los leones de la realeza, destruido y robado los negocios de los blancos y asesinado a los europeos. Criticado por los errores estratégicos cometidos durante la guerra y por no haber permanecido junto a los que organizaban la guerrilla, vio vacilar el prestigio que tanto le importaba. En Haifa, otro acorazado británico lo embarcó con su séquito para conducirlo a Inglaterra, pero lo desembarcó en Gibraltar con una excusa y le obligó a continuar la ruta en un barco de línea. Eran órdenes del gobierno inglés que en rea1idad apoyaba a Mussolini y no quería a Hailé Selassié como invitado oficial. Pero el discurso que hizo dos meses después en Ginebra, ante Ia Sociedad de Naciones, sería el momento más hermoso y más noble de su vida. Además, era una toma de posición que preveia el futuro y, hoy, válida para otros paises: “Yo, Hailé Selassié Primero, emperador de Etiopia, estoy aqui para exigir justicla para mi pueblo y la ayuda que le fue prome• tida hace ocho meses por cincuenta y dos naciones que afirma ron que se había perpetrado un acto de agresión. Yo, Hailé Selassié Primero, estoy aqui para reivindicar los derechos de las pequenas naciones agredldas con la complicldad de las grandes
naciones ...)
Majestad, usted insiste siempre en la amistad con los italianos y, en realidad, fue muy indulgente con ellos cuando regresó a Addis Abeba. ¿Puedo preguntarle si los italianos han hecho algo de bueno en Etiopia?
Desde luego. ¿Por qué no? Hicieron mal, sobre todo al principio, pero también han hecho bien. Sobre todo después. Como siempre en la vida, nada tiene siempre un calor concreto. Digamos que los italianos han atormentado bastante a nuestro país, pero han hecho también cosas buenas. Nada de nuevo, nada mllagroso, nada que nos no hubiéramos ya empezado, hay que precisarlo. Y, además, hay que aclarar que, si no hubiesen hecho nada positivo, habrían tenido contra ellos a toda la población, Y tenían que mantenerla de su parte. Bien ..., digamos que sí: en cierto sentido, interrumpieron lo que nos habíamos empezado, pero en otro sentido, lo continuaron. Y hoy nos sentimos muy felices de haber protegido a los italianos a nuestro regreso.
(A su regreso, Hailé Selassié ordenó que no se tocara un cabello a los italianos y la orden fue seguida tan al pie de la letra que, se dice, en Addis Abeba no había burdel donde estuviesen escondios, por lo menos, dos o tres italianos. El mismo, contra el parecer de los ingleses, que querían capturarlos, ocultó a cincuenta de ellos en su palacio, y otros tantos fueron hospedados por su segundogénito, el duque de Harrar, en el palacio de Harrar. El gesto fue interpretado, y todavia lo es, como una prueba de magnanimidad evangélica. Pero se trató de una hábil maniobra política, de un astuto cálculo. En Etiopia, los italianos habian cometido innumerables infamias, pero también habían construido cerreteras, puentes, diques, hospitales, y habian importado una clase indispensable para el desarrollo de un país atrasado: la pequena burguesia. Si los italianos hubieran sido muertos o capturados o expulsados, quién habria dirigido los negocios, las oficinas postales, las pequenas industrias? Y no sólo esto, sino que, en aquellos cuatro anos y medio, los italianos no se habían mostrado en absoluto racistas: habian vivido con mujeres etíopes, la mayoría se habian casado con ellas y habian tenido hijos reconocidos. Estaba creciendo una generación de mulatos a la que no había que sacrificar. La consecuencia de aquel gesto imperial es que hoy, en Etiópia, viven quince mil italianos más devotos de Hailé Selassié de lo que puedan serlo sus propios subditos. Completamente insertos en sus sistemas y en su régimen, aunque considerando que ignoran la Italia de hoy, no es raro verlos correr hacia el automóvil del emperador y caer de rodillas para hacerle alguna petición. Los hay también ricos como Barottolo (fábricas de algodón), la viuda Melotti (Industria de la cerveza), Montanari (fábricas de calzado), Bini (concesiones territoriales). Y éstos, para Hailé Selassié, son amigos indispensables.)
Majestad, en estos treinta y un años de recobrada independencia, Etiopía no ha estado precisamente tranquila. Ha habido varias rebeliones y algunos golpes de Estado. Uno, de enormes proporciones, hace doce anos. En él se encontraba implicado el propio príncipe heredero. ¿Qué tiene que decirme sobre esta, Majestad?
Que nos no nos preocupamos de esto o que no nos preocupamos más de lo necesario. Estas cosas suceden em la vida de cualquier país. Siempre hay algo que se mueve, que fermenta. Y en todas partes hay personas ambiciosas. Personas malas. Basta hacerles frente con coraje y decisión. No hay que dudar, no hay que ser débil o dejarse llevar por pensamientos contradictorios, no hay que dejarse abatir. Nos no nos hemos dejado abatir jamás. A la fuerza hay que responder con la fuerza, y es así como actuamos en las referidas ocasiones. Cierto que e1 asunto nos dolió; nos no lo esperábamos. Nos no esperábamos que a1gunos..., que algunos ... , que él ... Pero los verdaderos culpables eran pocos. Y nos castigamos a éstos y perdonamos a los demas. Esto es todo. Así nos lo decimos y así debe ser.
No, Majestad, no es todo. Yo me referia al hecho de...
Ça suffit, ça suffit! ¡Ya está bien, ya está bien!
(Hay dos temas prohibidos con Hailé Selassié: Eritrea y el papel que el principe heredero desempeñó en el golpe de Estado de 1960. El golpe de Estado tuvo efecto mientras el emperador estaba en el Brasil y sus protagonistas fueron los hermanos Menghistu y Girmamé Neway. Ni uno ni otro eran ambiciosos o malos. Eran solo dos tipos cansados del régimen feudal y sinceramente convencidos por la causa de la justicia social y de la libertad. Tampoco eran comunistas; se podria definir como dos socialdemócratas con un programa de reformas y no de revolución. Girmamé habia estudiado en California, en la universidad de Berkeley y gobernaba la provincia de Ji-Jigga. Menghistú era comandante de la Guardia Imperial y tenia acceso a los apartamentos privados de Su Majestad. comprendido el dormitorio. Cuando le propusieron ahogar al emperador durante el sueno, se opuso desdeñosamente. La noticia del golpe de Estado la dio por radio Asia Wossen, y nunca sabremos si el príncipe heredero estaba de su parte o fue obligado a actuar con un revólver en la sien, como dice la versión oficial. Pero si se sabe que, dominada la revuelta. Hailé Selassié miró a su hijo con desprecio y le dijo: Hubiera preferido saberte muerto. Gracias, al inmediato regreso de Hallé Selassié, la revuelta fue dominada por medio dei ejército dirigi- do por instructores norte americanos. Acabó en un baño de sangre. Se calcula que, por lo menos, fueron muertas diez mil personas. Los hermanos Neway, visto el giro de los aconteclmientos, mataron a los dignatarios que tenian como rehenes y huyeron hacia las colinas. Fueron cercados y, para evitar la captura, Girmamé disparó un tiro a Menghistú y luego se suicidó. Pero Menghistú no llegó a morir. Fue hecho prisionero, curado, procesado y condenado a la horca. Murió valientemente, dando un puntaplé al escabel y ahorcándose él mismo. Por orden del emperador, su cadáver estuvo ocho dias balanceándose en la horca. El emperador había pretendido lo mismo con el cadáver de Girmamé.)
Majestad, si no quiere hablar de ciertas cosas, hábleme más de usted. Se cuenta mucho que ama a los animales y a los niños. ¿Puedo preguntarle si ama tanto a los hombres?
A los hombres... , bueno, es difícil ser indulgente con los hombres. Es mucho más fácil ser indulgente con los animales y con los niños. Cuando se ha tenido una vida difícil como la nuestra, se está más cómodo con los animales y com los niño. Ellos no son nunca malos, por lo menos no intencionadamente. Encambio, los hombres ... , claro que hay homhres buenos y hombres mallos. Se utiliza a los primeros y se castiga a los segundos, sin intentar comprender por qué son buenos o por qué son malos. La vida es como el teatro: no se puede comprender toda e inmediatamente. No divierte ya. Y, además, nos les pedimos demasiado a los hombres para respetarlos.
¿Qué les pide, Majestad?
Dignidad, coraje.
Los dos protagonistas de aquel golpe de Estado tenían dignidad, Majestad. Y tuvieron coraje.
Ca suffit, ca suffit! ¡Ya está bien!
De acuerdo, Majestad. Y un rey, ¿qué se exige a si mismo, Majestad?
También coraje. Y equilibrio. Un rey debe saber adaptarse, oscilar entre amigos y enemigos, entre lo nuevo y lo viejo. Un rey debe saber tomar su tiempo y someterlo todo al objetivo que se ha fijado de antemano. Aprendimos esto en la juventud, cuando leímos vuestros libros y nos formamos en la cultura occidental de ustedes, según los deseos del emperador Menelik y de nuestro padre. Porque nos comenzamos muy pronto a apreciar las cosas nuevas de las que usted habla. Nos hemos viajado mucho. Pero no nos gusta viajar. Nos cansa. Y, en la mayoría de ocasiones, no nos divierte. Pero lo hacemos igual porque creemos útil ir en busca de amigos y ésta es la misión de un rey.
A veces viajes sorprendentes, Majestad, en busca de amigos inesperados. Usted ha estado incluso en China y ha hablado con Mao Tse-Tung ...
Hablamos mucho tiempo y nos gustó mucho Mao Tse-tung. Mucho. Nos hizo una gran impresión, como Pablo VI. Es un buen jefe, un jefe muy serio y su pueblo ha hecho muy bienen elegirle. Es toda otra forma de vida, pero cada pueblo vive a su manera. Así lo dijimos en nuestro diálogo con los chinos que nos dio tan buenos resultados.
(Hailé Selassié ha obtenido dos cosas de los chinos. Primero: que éstos dejen de prestar ayuda a los guerrilleros eritreos. Segundo: préstamo de ochenta y cinco millones de dólares a devolver sin intereses en el término de veinte años y con la única condición de empezar a gastarlos dentro de cinco años. Prácticamente, un regalo. La devoluclón se hará en café. Puesto que los chinos se han comprometido a comprar café por valor de dos millones de dólares anuales, China se convertirá en el almacén de casi todo el café etíope. Aunque nadie, en China, beba cafe. En el campo internacional, Hailé Selassié sigue siendo un gran político. Lo demuestra con la astucia con que consigue hacer bailar a las grandes potencias y utilizar a las demás. Sus verdaderos amigos son los norteamericanos a los que permite el control económico del pais y a cuyos consejeros militares ha confiado el ejército, la aviación y los servicios secretos. Sus verdaderos enemigos son los soviéticos que lanzaron a Djibuti a la independencia y ayudan a Sudán que, a su vez, ayuda a Eritrea. Pero él ha ido también a Moscú y Etiopia está llena de búlgaros, rumanos, polacos y yugoslavos, o sea, de embajadas comunistas. Hailé Selassié está al lado de los palses árabes y ha llamado a lios israelies para que instruyan a la policia secreta, a la policia criminal y a la Guardia Imperial. Con ellas tiene en común el interés de no perder el puerto de Asmara y de Assab. Sus relaciones son óptimas incluso con los franceses, ante el temor de que renuncien a Djibuti. Solo hay cierta frialdad com los ingleses. Nunca les ha perdonado la indiferencia con que lo acogieron en el exilio. Y, aunque fueron los ingleses quienes lo devolvieron al trono, nunca se le ha oido pronunciar una palabra en su lengua. Y Ia conoce muy bien.)
Majestad, Etiopia es usted. Es usted quien la maneja, es usted quien la mantiene unida. ¿Qué sucederá el dia que usted ya no esté?
¿Cómo, cómo? No comprendemos esta pregunta.
El dia en que usted muera, Majestad.
Etiopía existe desde hace tres mil anos. Existe desde el día en que fue creado al hombre. Mi dinastía reina desde que la reina de Saba visitó al rey Salomón y de sus relaciones nació un hijo. Es una dinastía que continúa desde hace siglos y durante siglos continuará. Un rey es sustituible y, ademas, mi sucesió esta asegurada. Hay un príncipe heredero y el reinará cuando nos ya no existamos. Así hemos decidido que sea y así será.
(Muchos no lo creen. Susurran que Hailé Selassié podria no dejale el trono Asfa Wossen. No le quiere, no lo ha querido nunca y nunca le ha perdonado el haberse mezclado en la revuelta de los hermanos Neway. Desde 1960, nadie ha visto a Asfa Wossen al lado de su padre y Hailé Selassié no le ha confiado ningún cargo, siempre lo ha relegado a una sombra llena de desprecio. Cuando viaja para cualquier ceremonia, se lleva a los hijos del duque de Harrar y especialmente al más joven: un principote arrogane que cambia de automóvil como de zapatos. Tiene una coleccion de coches y todos fuera de serie. E gran amor de Hailé Selassié era su segundogénito, el duque de Harrar, a quien queria como sucesor. Pero el duque de Harrar murió: hay quien dice que en un accidente de automóvil, y hay quien dlce que a manos de un marido celoso, y Hailé Selassié transfirió sus preferencias al tercero de los hijos: Sehla Selassié. Muerto también él, de enfermedad, tuvo que recoger la carta de Asfa Wossen. Las noticias que existen sobre este último son contradictorias. Hay quien dice que es inteligente, equilibrado moderno, dispuesto a convertirse en un monarca constitucional y accesible a la democracia. Hay qulen dice que es un incapaz, falto de iniciativa y de fantasia, y destinado a seguir con el absolutismo dei padre. Lo único seguro es que tiene cincuenta y seis añios, un aspecto corpulento, un comportamiento tímido, y que es un hombre muy triste.)
Majestad, haciendo un recuento de su vida, yo diria que no ha sido una vida feliz. Todas las personas que amaba han muerto: su mujer, dos de sus hijos, dos de sus hijas. Han caido muchas de sus ilusiones y muchos de sus sueños. Pero ha acumulado, supongo, una gran sabiduria y a esta sabiduria le pregunto: ¿cómo mira, Hailé Selassié, a la muerte?
¿A qué?, ¿A qué?
A la muerte, Majestad.
¿La muerte? ¿La muerte? ¿Quién es esta mujer? ¿De dónde viene? ¿Qué quiere de mí? ¡Fuera, basta! Ça suftit!, ça suftit!
(Hailé Selassié es muy supersticioso y se aferra desesperadamente a la vida. Cada año se traslada a Ginebra donde se somete a curas de rejuvenecimiento y parece que a menudo renueva su sangre joven y fresca. Le aflige un principio de arteriosclerosis. Pero su muerte es más temida por los demás que por si mismo. Su talento político no ha sido suficiente para preparar el dia an que él ya no esté. Su genio no ha sido lo bastante completo para plantar una semilla sólida para cuando la suya se seque. Sus viejas manos nunca han moldeado o delegado el poder. Su viejo corazón nunca ha superado el principio de apres moi, le déluge. Tal vez la muerte le da tanto miedo porque sabe que Hailé Selassié podria ser el último emperador de Etlopia. León de Judá. Elegido de Dios. Potencla de la Trinidad. Rey de Reyes.)
Addis Abeba, junio 1972
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