Miguel Serrano
Última entrevista al célebre escritor chileno, concedida a Armando Roa, publicada na Revista El Navegante, n°2, 2007.
“He llegado a saber que mi generación, con todas sus imposibilidades, es una generación extraordinaria que, habiendo vislumbrado algo nuevo y terrible, aunque nada realice, aunque fracase y desaparezca sin gloria y sin recuerdos, ha sido una generación profética. Con nuestras aspiraciones y visiones se guiaran a los que vengan y las realicen, y aquellos que las realicen no podrán, en cambio, saber todo lo que nosotros hemos sabido y hemos visto.”
Miguel Serrano
Don Miguel, háblenos de la generación del 38.
La generación del 38, es una generación bastante trágica. Dramática, porque de sus componentes, muy pocos pudieron realizarse y realizar su obra; ahí está Héctor Barreto, por ejemplo, quien fue asesinado muy joven... Con Barreto, íbamos a un bar que estaba, justamente, en la esquina de Alameda con Lastarria. Íbamos a tomar cerveza, y estábamos hasta que nos echaban a la una o dos de la madrugada, hora en la cual cerraban... Yo vivía en Lira 31. Calle en la cual sigo viviendo, todavía, aunque ya no esté ahí. Calle en la cual nunca he dejado de vivir. La casa de Lira 31 existió hasta que un vagabundo entró de noche, hizo fuego en el living, y se quemó. Tiempo después, un amigo, de aquellos años, me llama y me dice: “Miguel, tengo un regalo para ti. Encontrémonos” ... Me traía de regalo la placa con el número. Ahora, esa placa la llevo adonde voy, de hecho está puesta en la puerta de mi actual departamento.
¿Qué más nos puede decir de ese poeta fantasmal que era Barreto?
Bueno, con Barreto caminábamos por ahí, y esos rieles de la calle Lira eran los rieles más hermosos del mundo. Siguen, y siguen esos rieles y nadie sabe a dónde van a dar. Barreto decía que iban a dar a la Ciudad de los Césares. Caminábamos cada uno por un riel, hasta que llegábamos a mi casa; Barreto me miraba y me decía que él sabía donde estaba la Ciudad, y me decía, también, que si yo quería él me llevaba. Entonces, llegábamos hasta un lugar donde él se paraba y me decía: “Hasta a quí no puedo seguir; hay una línea invisible. Tu no la ves; yo sí la veo, pero si la paso no puedo salir más, y tu no vas a poder entrar tampoco...”. Pero lo cierto es que una noche la pasó y ya no lo volví a ver más... Algún día la pasaré yo, y nos encontraremos.
Hay, también, dos figuras trágicas interesantes: Jaime Rayo y Omar Cáceres...
- Sí. Jaime Rayo se suicidó. Y Omar Cáceres llegó una noche a vernos, y nos dijo con una voz muy especial: “Disculpen por el tiempo que me perdí, compañeritos.” Luego, nos recito su poema maravilloso, “Azul deshabitado”:
Y ahora, recordando mi antiguo ser, los lugares que yo he habitado
y que aun ostentan mis sagrados pensamientos,
comprendo que el sentido, el ruego con que toda soledad extraña
/nos sorprende
no es más que una vivencia que de la tristeza humana queda.
O, también, la luz de aquél que rompe su seguridad
/su consecutiv´atmósfera,
para sentir cómo, al retornar, todo su ser estalla dentro un gran número.
y saber que “aun” existe, que “aun” alienta y empobrece sus pasos
/en la tierra
pero que está ahí absorto, igual, sin dirección, igual, sin dirección,
solitario como una montaña diciendo la palabra entonces.
Después de esa noche no lo vimos más. Desapareció, hasta que un día lo encontraron muerto a orillas del río Mapocho, asesinado. Recuerdo también una noche con Omar Cáceres en el bar Miss Universo, bar que estaba en la calle San Diego. Recuerdo que salí y comencé a caminar por Tocornal, por ahí, en medio, hay una entrada misteriosa a un pasaje, a un cité. Recuerdo que pensé entrar por esta calle fantasmal –calle que existe todavía, exactamente igual- un pasaje de piedras y casas antiguas. Recuerdo que fui esa noche y de pronto se abrió una ventana y apareció una mujer preciosa que miraba al cielo y que, con una cara extraña, me dijo: “Llueve...”. Entonces, yo le dije: “Sí, mijita, está que llueve y me voy a mojar... así que déjeme entrar...” (risas). Luego, me invitó al fondo de la casa, para ver una placita que tenía una virgen hermosa. La niña se me acercó y me dijo: “Vea que le han quitado una piedras muy especiales que tenía... si las encuentra, tráigamelas.” Hace poco fuimos con usted [dirigiéndose a Armando roa] y con Cristián Warnken, y recuerdo que fuimos al fondo del patio y una señora me volvió a pedir lo mismo: que intentara reponer aquellas piedras.
A propósito de las calles de Santiago, en un pasaje de sus Memorias usted dice:
“Santiago entero fue un paraíso, pero los que vivíamos en él no lo sabíamos. El paraíso existe desde que se perdió –antes no existía-. La montaña, pura, nevada, levantándose gigantesca como un muro frontal, a todas horas visible, de día y hasta de noche, como si tuviera luz propia. Sólo en Austria he visto algo parecido. Los que en Santiago hemos nacido no podríamos ya acostumbrarnos a ninguna otra región de Chile”.
¿Don Miguel, qué cree usted que ha pasado con este Santiago?
- Neruda decía que Santiago era la ciudad que tenía más cielo en el mundo, porque las casas no eran más que de dos pisos. Esas casas maravillosas de la Avenida Brasil, de San Isidro, donde está la Catedral, o la misma Cumming: el paisaje ha cambiado tanto. De hecho, éstas mismas calles son también muy interesantes; por aquí, en Vistoria Subercaseux, vivieron mujeres destacadísimas como Nilda Núñez del Prado, una estupenda mujer. Un día me la encuentro en una exhibición de artesanías; yo estaba mirando un collar que decía “Reina de Saba”. De pronto, ella tomó el collar y me dijo : “Será suyo aunque yo lo use esta noche; esta hecho de amatistas incas, y se lo voy a dar a usted, porque una mujer, en sueños, me dijo: Dáselo a él.” Entonces, como le digo, esta zona y estas calles son muy importantes; el cerro Santa Lucía, sin ir más lejos, es uno de los cuatro senos (“Huan mollu” en mapudungun). Aquí llegó Don Pedro de Valdivia, el río Mapocho pasaba por ambos lados rodeando este peñón. Este peñón era un contacto con el Tupahue o Morada de Dios y con el San Cristóbal que recibe las energías del cerro El Plomo, que es el cerro más alto de la Cordillera, que a su vez, recibe las energías de los astros y, especialmente, de Venus. El Santa Lucía o Huelen (que significa “dolor”) toma éstas energías y las distribuye en este valle; esas energías misteriosa de otro mundo es lo que vio Don Pedro de Valdivia, y por eso funda Santiago aquí. Por eso debemos lograr que este barrio se mantenga.
Apropósito, usted quería hacer un parque de estatuas en el cerro Santa Lucía.
Y hay que hacerlo. Yo quería hacer estatuas, una especie de arte de la memoria y poner ahí a Nicolás Palacios, traer a Vicente Huidobro para que descanse en la iglesia de su abuelo, a Don Francisco de Encina, a Barros Arana, a su padre [refiriéndose al padre de Armando Roa]. Tenemos que poner todas esas estatuas aquí y lograr que este barrio sea un barrio peatonal.
Saliéndonos un poco de Santiago, usted fue responsable de uno de los primeros monumentos que se hicieron, en el mundo, a Ezra Pound, en Medinacelli.
Y está ahí todavía... Está con aquella frase… Cuando conocí a Ezra Pound, él vivía en la soledad de Venecia. Se había ido a vivir a un hotel. Un día se me ocurre preguntar por él, pero una señora buena moza me dijo que él ya no recibía a nadie. Luego, el dueño del hotel me aconsejó que fuera a ver al mecenas de Pound. Bueno, entonces, pasé a saludarlo a un castillo que había sido bombardeado y le pregunté si le podía entregar una carta. Él la tomó, la leyó y me dijo: “No, ésta carta tiene que entregarla usted mismo”. Él fue a hablar por teléfono, volvió y me dijo que volviera al otro día a tomar té. Así, al otro día, lo conocí. Nos hicimos amigos, hablamos de los cátaros, pero él hablaba muy poco, era todo silencio. Desde su ventana se veían los techos de Venecia. Cuando bajé, me despedí de su señora, que leía todos los días el I-Chin y que había traducido a Confucio, y ella me dijo que quería llevarlo a China para ver si salía de su silencio mediante la acupuntura. Yo le dije que no, que no lo llevara a China, que no permitiera que le hicieran acupuntura, porque era él quien no quería hablar. Y de pronto, sentí unos pasos que bajaban por la escalera. Era él. Me miró, me tomó las dos manos y me dijo: “Así es, así es”. Luego me fui para volver dos semanas más tarde. Él ya estaba muy mal. Su señora nos llevó a comer y después nos devolvimos caminando por la Plaza San Marcos con éste poeta inmenso, tomados del brazo, y yo pensaba que la gente quizás no tenía idea que por ahí iba pasando el más grande poeta de nuestro tiempo. Al otro día subí a su cuarto a despedirme. Le tomé las dos manos y le dije: “Ánimo, en setecientos años más volveremos a perder”. Él me apretó las manos y me dijo: “Mantente fiel a los viejos sueños para que el mundo no pierda la esperanza”. Entonces, cuando yo le hice ese monumento en una roca de los montes cantábricos, que los mineros trajeron, escribí con bronce esas últimas palabras.
Mario Góngora hablaba de esta cultura hispánica del resentimiento, y acá leo en su libro Ni por mar ni por tierra , con respecto al carácter del chileno: “El clima psicológico que envuelve a Chile es denso y trágico. Una fuerza irresistible tira hacia el abismo e impide que ningún valor superior se destaque. Ayudado por el ambiente, la callada hostilidad y la envidia, persiguen desde su origen al alma superior, poniendo obstáculos y trampas a su paso. Todo aspira a nivelarse en la miseria moral y en la derrota”. ¿Qué piensa usted de este análisis tan descarnado?
Probablemente sea porque estamos acercándonos al Kali Yuga , que es el final de los tiempos. El clima está cambiando, ahora la fuerza de gravedad de la Tierra está diminuyendo y eso significa que vamos cambiando. Pero, a pesar de todo eso, el chileno siempre aspira a algo más. Antes, existieron los Onas, los Selkman, la gente que habitó la Antártica y que, tal vez, todavía habiten ahí. Ellos median más de dos metros. Los patagones, según los españoles, eran gigantes. Esa gente venía, precisamente, de la Antártica, pero dejaron de venir porque el rayo de luz blanca que caía sobre los hielos se perdió. Yo creo que ellos todavía viven ahí. La mitología tiene una base real y una de misterio de otro mundo.
¿Pero estos cambios afectan el clima espiritual del chileno?
- Sí, siente eso, y lo ha sentido desde siempre y vive en función de eso, y por lo mismo, el chileno puede, como él solo en el mundo, producirse internamente. Lo que Jung llamaba el “Hombre Absoluto”, o lo que Nietzsche llama el “Súper Hombre”. Pero ya no hay tiempo, sin embargo hay que seguir hasta el final y aquellos que se mantengan fieles a los viejos sueños son los únicos que podrán, tal vez, retornar y tener una nueva oportunidad. Porque como decían los griegos, después del Kali Yuga viene la Edad Solar.
Hace un tiempo atrás, usted dijo en una entrevista que el hombre actual había perdido el contacto con los dioses. Don Miguel, ¿cómo se recupera ese contacto: orando, recordándolos o, simplemente, pidiéndoles su presencia?
- Es una pregunta muy interesante y muy difícil de responder. Yo creo que a los dioses no se los busca. Los dioses están. No son concientes de ellos mismos, como el ángel de la guarda no es conciente de él, sino del niño que vigila y cuida. Los dioses son conscientes de nosotros, no de ellos mismos, pero puede llegar un momento, en el contacto del hombre con ellos, donde éste logre hacerlos bajar a la Tierra y venir aquí y, luego, hacer que ellos adquieran conciencia de ellos mismos. Es como ese cristianismo mágico que se perdió; Jesús decía: “Yo y mi Padre somos una sola persona”. Es decir, es el budismo, es el fundirse, la fusión con Dios, la aspiración a fundirse con Dios. Jesús decía eso, pero cuando lo crucificaron le dice al ladrón: “No estés triste, porque esta noche estaremos juntos a la diestra de mi Padre”. Le dice eso, no “Ya fundidos”. Es lo que Jung cuenta que, cuando está a punto de morir, hay una persona, un ser reclinado y con las piernas cruzadas meditando, y él va a fundirse, pero uno lucha para no perder su Yo . Entonces, vuelve a la vida y no muere. Jung quiso mantener su Yo por siempre. Era fundir su Yo con el self. Llegar al punto de ser un Hombre Absoluto, que está entre el conciente y el inconsciente. Cuando se logra ese punto se adquiere conciencia de sí mismo y ya no se muere, porque dicen que después de 43 horas, el cuerpo astral se desprende, el cuerpo sutil y desaparece y viene la segunda muerte. Entonces el cuerpo físico y el alma mueren, pero si se ha producido esa unión antes, el alma no muere, al contrario, se lleva al cuerpo físico realizándose así la resurrección.
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