Volta para a capa
Grandes entrevistas (fictícias)

Virginia Woolf

 

Recuerdo el día en el que tuve uno de mis mejores encuentros con Virginia Woolf, fue cuando compré “Un cuarto propio” de la escritora. Un profesor me recomendó leer algo suyo si me interesaba la literatura y lo consideré. Antes de comprar cualquier cosa suya, comencé a investigar sobre su vida y me pareció fenomenal; una mujer fuerte y con problemas de bipolaridad que desde pequeña encontró su máximo interés que fue la escritura. Después, conseguí el libro sabiendo que es un ensayo sobre la mujer, lo leí, y me surgieron algunas dudas…

De pronto, al observar la fotografía de Virginia que se encontraba en la biografía de la escritora en la contraportada del libro, imaginé cómo hubiera sido entrevistarla antes de que se suicidara, una serie de imágenes surgieron en mi mente y de pronto, sentí que la fotografía y la propia biografía me absorbió. De la nada, me encontraba en el año de 1941, a lo lejos, de manera impresionante, vi a lo lejos la figura de Virginia llegando a la orilla del río Ouse.

 Una piedra salta del bolsillo de Virginia Woolf, ella retrocede dos pasos del río Ouse, (cerca de la villa de Rodemell, Sussex, Inglaterra) introduce una mano en su bolsillo derecho, otra piedra brinca desprevenida y empuja el brazo derecho del bolsillo; esto provoca que el brazo de Virginia salte del bolsillo. Restan “n” piedras y ella sigue retirándose de la orilla del río, con la mirada fija en el movimiento sutil del agua. Después de una racha de reversas y de marcar un camino desde el río hasta su estancamiento, Virginia se sienta en una gran roca. Comienza a escuchar pasos, no sabe si son reales o si son de alguno de sus personajes, confundida, voltea hacia el sonido y logra vislumbrar una silueta femenina…

Aquel personaje no era ni real ni ficticio, era sólo una masa de dudas, que se instaló en la cabeza de la escritora. De la mezcla se desprendió un cúmulo de vacilación y la silueta femenina interrogó a la escritora. La figura afeminada, desesperada, hizo preguntas sobre algunas cosas a las cuales, con cierta naturalidad y solidaridad, Virginia Woolf respondió:

Querida señora Virginia Woolf, ¿tiene usted algún escrito sobre las mujeres?

Pero, dirán ustedes, nosotros le pedimos que hablara sobre las mujeres y la novela- ¿qué tendrá eso que ver con “Un cuarto propio”? Intentaré explicarlo. Cuando me pidieron que hablase sobre las mujeres y la novela me senté en la orilla de un río y me puse a pensar lo que esas palabras querrían decir. (V. Woolf, 1929:7)

¿Qué piensa usted sobre el tema; las mujeres y la novela?

El tema de las mujeres y la novela puede querer decir, y ustedes pueden querer que quiera decir, las mujeres y lo que parecen; o si no las mujeres y las novelas que se escriben sobre ellas; o esas tres cosas inextricablemente mezcladas, y esto último puede ser lo que ustedes quieran que estudie. (V. Woolf, 1929:7)

¿Qué puede decirnos sobre aquello que pensó en el río?

De mis labios fluirán mentiras, pero tal vez se mezclará con ellas alguna verdad; a ustedes les toca buscar esta verdad y resolver si vale la pena guardarla. Si no, claro que arrojarán el conjunto al canasto de los papeles y lo olvidarán para siempre. (V. Woolf, 1929:9)

¿Cómo comenzó a escribir “Un cuarto propio”?

Ahí estaba yo ( díganme Mary Beton, Mary Steton, Mary Carmichael, o el nombre que se les antoje –todo es igual-) sentada a la orilla de un río, hace un par de semanas, en el hermoso tiempo de octubre, absorta en mi pensar. Ese yugo de que les hablé –las mujeres y la novela, la obligación de resolver de alguna manera un problema que despierta tantas pasiones y prejuicios- doblada mi cabeza hacia el suelo. (V. Woolf, 1929:9)

¿Cuál fue la primera idea que tuvo para escribir sobre las mujeres y la novela?

El sexo y su naturaleza bien pueden atraer a médicos biólogos; pero lo sorprendente y de difícil explicación era el hecho de que el sexo –la mujer, es decir- también atrae ensayistas agradables, ágiles novelistas, jóvenes doctorados en letras, hombres que no se han doctorado, hombres sin otra calificación que no ser mujeres. Algunos de estos libros eran notoriamente frívolos y burlones; muchos por otra parte eran serios y proféticos, morales y amonestadores. Era un fenómeno singular; y aparentemente –aquí, consulté la letra H- exclusiva del sexo masculino.(V. Woolf, 1929: 33)

¿Por qué le es tan intrigante el fenómeno que menciona en la respuesta anterior?

Porque es un problema perenne que ninguna mujer escribiera una palabra de esa extraordinaria literatura, cuando casi todos los hombres, parece, eran capaces de una canción o un soneto. Me pregunto a mí misma, cuáles eran las condiciones en que vivían las mujeres, porque la novela, es decir, el trabajo imaginativo, no se desprende como un guijarro, como puede suceder con la ciencia; la novela es como una telaraña ligada muy sutilmente, pero al fin ligada a la vida por los cuatro costados. (V. Woolf, 1929:48,49)

¿Usted sabe cuáles eran las condiciones en las que vivían las mujeres?

Fui por consiguiente al estante de los libros de historia y tomé uno de los más modernos, “La historia de Inglaterra”, del profesor Trevelyan[1]. De nuevo busqué Mujeres, encontré, “posición de” y llegué a las páginas señaladas. “Golpear a la esposa –leí- era un derecho reconocido del hombre, y era ejercido sin recato por humildes y poderosos… Asimismo –prosigue el historiador- la hija que rehusaba a casarse con el caballero elegido por sus padres se hacía acreedora a que la encerraran, la golpearan y la tiraran por el suelo, sin que la opinión pública se conmoviera. El casamiento no era asunto de afecto personal, sino de avaricia familiar, especialmente en las caballerescas clases altas… El compromiso solía tener lugar cuando apenas habían salido del cuidado de sus niñeras.” Eso era hacia 1470. (V. Woolf, 1929. 49)

La privación de la libertad de la mujer, es obvia en su respuesta mas, ¿qué escapatorias hubieran sido posibles y cuáles hubieran sido las consecuencias para la mujer?

Ninguna muchacha pudo haber caminado hasta Londres y esperar en las puertas de los teatros y abrirse camino hasta el empresario sin hacerse violencia y sufrir una angustia quizá irracional –porque la castidad puede muy bien ser un fetiche intentado por ciertas sociedades por razones desconocidas-, pero no por eso menos inevitable. Entonces, y un ahora, la castidad tiene una importancia religiosa en la vida de una mujer, y se ha compenetrado de tal modo con instintos y nervios que desligarla y sacarla a la luz del día exige un valor de los más raros. Vivir una vida libre en Londres en el siglo XVI tiene que haber significado para una mujer que era también un poeta y un dramaturgo una tensión nerviosa y un dilema que bien pudieron matarla. Si hubiera sobrevivido, todo lo escrito por ella hubiera sido retorcido y deforme, fruto de una forzada y mórbida imaginación. E indudablemente, pensé, mirando el estante donde no hay dramas por mujeres, su obra hubiera salido sin su firma. Seguramente hubiera buscado ese refugio. Un resto del sentido de castidad dictó el anónimo a las mujeres aun en el siglo XIX. (V. Woolf, 1929: 57)

Entonces, ¿cómo cree usted que pensaban las mujeres en el siglo XVI?

Aquella mujer, pues, que nació con el don de la poesía en el siglo dieciséis, era una mujer desdichada, una mujer en lucha consigo misma. Todas las condiciones de su vida, todos sus propios instintos, eran hostiles al estado mental necesario para libertar el contenido de su cerebro. (V. Woolf, 1929: 58)

¿Cuál cree usted que era la mayor dificultad que presenciaban las mujeres para escribir?

Todo contradice la posibilidad de que nazca completa en la mente del escritor. Generalmente las circunstancias materiales están en contra. Los perros ladran; la gente interrumpe; hay que hacer dinero; la salud se quebranta…Pero para las mujeres, pensé, mirando los anaqueles vacíos, esas dificultades han sido infinitamente más formidables. En primer lugar tener un cuarto propio (de un cuarto quieto o de un cuarto a prueba de ruido ni hablemos) era de todo punto imposible, salvo que sus padres fueran excepcionalmente ricos o nobilísimos, hasta principios del siglo XIX. Como su pensión para alfileres, que dependía de la buena voluntad de su padre, apenas bastaba para vestirla… (V. Woolf, 1929: 59,60) Las familias de clase media a principios de siglo XIX no tenían más que una salita, si una mujer escribía, tenía que hacerlo en la sala común… Sin embargo, sería más fácil escribir prosa y novelas en la salita que versos o que un drama. Se requiere menos concentración. (V. Woolf, 1929: 75)

¿Qué piensa sobre la relación de sexos opuestos, y cómo se relacionan ambos con el entendimiento racional?

La evidente razón sería que lo natural es que los dos sexos cooperen. Hay un instinto profundo, aunque irracional, en pro de la teoría de que la unión del hombre y la mujer procura la mayor satisfacción, la felicidad más completa. El estado normal y placentero es cuando están en armonñia los dos, colaborando espiritualmente. Hasta en un hombre, la parte femenina del cerebro debe ejercer influencia; y tampoco la mujer debe rehuir contacto con el hombre que hay en ella. Cuando se opera esa fusión, la mente queda fecundada plenamente y dirige todas sus facultades. (V. Woolf, 1929: 108)

Entonces, ¿usted cree que todos tenemos ambas partes del sexo?

Quizá una mente del todo masculina no puede crear, así como tampoco una mente del todo femenina. Pero convendría saber lo que se entiende mujer viril e inversamente por viril mujeril, deteniéndonos a revisar un libro o dos. Cuando Coleridge dijo que toda gran inteligencia es andrógina, para nada pensé en una inteligencia que simpatizara especialmente con las mujeres; una inteligencia que defendiera su causa o se dedicara a su interpretación. Quería decir, tal vez, que la inteligencia andrógina es resonante y porosa; que transmite sin dificultad la emoción; que es naturalmente creadora, indivisa e incandescente. (V. Woolf, 1929:108,109)

¿Qué aconsejaría a las mujeres que ansíen escribir, ya sea actualmente o en un futuro?

Señoritas, les diría yo, y escúchenme bien, pues la peroración empieza, en mi entender todas ustedes son vergonzosamente ignorantes. Jamás han descubierto nada que valga. Jamás han sacudido un imperio o capitaneado un ejército. Hemos concebido y criado y lavado y enseñado, tal vez hasta los seis o siete años, los mil seiscientos veintitrés millones de seres humanos que ahora pueblan el mundo, según el atlas, y eso también toma su tiempo. Es verdad lo que ustedes dicen, no lo discuto. Pero ¿me permitirán recordarles que desde 1866 hay a lo menos dos colegios para mujeres en Inglaterra; que desde 1880 la ley permite a la mujer casada el manejo de sus propios bienes; y que en 1919 –hace ya nueve años- le concedieron el voto?¿Puedo recordarles también que hace casi diez años, les están abiertas la mayoría de las profesiones? Así con algún tiempo disponible y algún recuerdo de lecturas en la cabeza –ya han aprendido bastante de otra manera, y sospecho que las mandan a la universidad para que las deseduquen- ya pueden emprender otra etapa de larga, muy trabajosa y altamente oscura carrera…No hay ser humano que deba taparnos la vista; si encaramos el hecho de que no hay brazo en que apoyarnos y de andamos solas y de que estamos en el mundo de la realidad y no solo en el mundo de las mujeres, entonces la oportunidad surgirá… (V. Woolf 1929; 123-125)

¿Usted cree que con el paso del tiempo, las mujeres podrán escribir libremente?

Y aunque predominan las novelas, las novelas mismas pueden muy bien haber cambiado de tanto convivir con los libros de otro carácter. La natural simplicidad, la edad épica de la escritura, puede haber pasado. La lectura y la crítica puede haberles dado más vasto alcance, una sutileza mayor. El impulso hacia la autobiografía puede haberse agotado. Puede estar empezando a emplear la escritura como un arte, no como un instrumento de autoexpresión. (V. Woolf, 1929; 89)

Dicho esto, la figura, la duda femenina, sin más, se desvaneció. Aparecí de nuevo fuera del libro y observando la fotografía… como si nada hubiese pasado. Supongo que Virginia, un poco asombrada por tal acontecimiento, sintió tal parsimonia, que optó por repetir la caminata que había hecho hasta la orilla del Ouse, fue llenando sus bolsillos con las “n” piedras que habían saltado de ellos, y quizá, con cierto regocijo, se dejó caer al río.

Tal vez, sólo quiso asegurarse de que el ensayo que había escrito 12 años antes de morir, interesó por lo menos a cualquier otra mujer, o necesitaba, acaso, aclarar algunas dudas.   

[1] George Macaulay Trevelyan, (16 February 1876   - 21 July 1962) History of England (1926).

Historiador Inglés, profesor en Cambridge hasta 1903, momento en el que dejó la vida académica. In 1927 he returned to the University to take up a position as Regius Professor of Modern History , where the single student whose doctorate he agreed to supervise was JH Plumb (1936). En 1927 regresó a la Universidad a adoptar una posición como Regius Profesor de Historia Moderna, en donde al único estudiante de doctorado que accedió a supervisar, fue JH Plumb (1936). In 1940 he was appointed as Master of Trinity College and served in the post until 1951 when he retired. En 1940 fue nombrado Rector del Trinity College y sirvió en el puesto hasta 1951 cuando se retiró.

Bibliografía:

Woolf, Virginia (1929), “Un cuarto propio”, Editorial Alianza, Traducción de Jorge Luis Borges, Madrid, 2003, 2004, 2005, 2007, 126 Págs.

George M. Trevelyan. http://en.wikipedia.org/wiki/G._M._Trevelyan

(Fuente: http://espaciocritico7.wordpress.com/2009/10/07/entrevistando-a-virginia-woolf/)