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Grandes entrevistas

 

Derek Walcott

Entrevista publicada na revista espanhola 'La Clave" em 15/06/2006, extraída do site http://www.literaturas.com em 24/04/2015

Derek Walcott es Profesor de Literatura en las Universidades de Harvard y Boston, Walcott declara que poder transmitir a los jóvenes su experiencia del mundo ha sido para él un privilegio, "pero mi verdadera dedicación han sido desde siempre la poesía y el teatro". Apreciado como poeta y dramaturgo, este mulato del estilo lleva casi medio siglo al frente del Taller de Teatro de Trinidad y, gracias al dinero del Nobel que le concedieron en 1992, se ha construido un balcón sobre el Caribe, desde donde vigila cada noche las linternas de los pescadores. "Me siento satisfecho si mi mano da voz al dolor de alguien". Un consejo: agucen los sentidos y sumérjanse con él en un mar de palabras chispeante y azul como una joya. Les prometo que no saldrán indemnes.

Derek Walcott es una fuerza telúrica. Ríe y habla con la misma claridad exuberante de la isla caribeña que lo vio nacer, hace ahora 76 años. "¿Conoce usted ese verso de Ezra Pound?: El diablo es el Tiempo, querida". Dereck Walcott se acerca y me ofrece su dedo índice. No su mano, sino el dedo índice de su mano derecha. Al fin, ligeramente desconcertada, le ofrezco el mío y la cara interna de nuestros dedos se cruza en una suerte de esgrima misteriosa.

Mister Walcott está hambriento y se asea de un lado a otro intentando poner a cada uno en su sitio: "Usted, venga conmigo, y usted, ¿qué va a hacer esta noche?, póngame un beso aquí, en la mejilla izquierda, ahora otro en la derecha, y ahora, un tercero en la boca". Por fin se acerca de nuevo y, mirándome a los ojos, me espeta en un inglés correctísimo. "Cada vez que veo a una mujer hermosa siento la tentación de decirle a quién se parece. Por cierto que usted se me parece muchísimo a Harrison Ford". "Si cruza usted las piernas —le respondo sin inmutarme— sabré si sabe hacerlo con la misma sensualidad con la que lo hace una mujer que se le parece mucho". "Really?". Walcott me interroga con un gesto de incredulidad desde sus ojos azules como un cristal lavado por las olas. "Se parece usted muchísimo a Sharon Stone. Qué raro que nadie se lo haya dicho antes".

—¿Ha visto usted 'Blade runner', señor Walcott?

—Llámeme Derek. Sí, la he visto. Me encanta esa película.

—Entonces, hágase cargo de que soy Harrison Ford. Haré el papel del Rick Deckart, el cazador. Así que no baje la guardia.

— No me dejaré. Bueno, no me dejaré a menos que acepte usted que la invite a tomar algo. Yo tomaré agua mineral.

—¿Sólo agua?

— Sólo agua. A lo largo de más de setenta y seis años de vida, comprenderá usted que ya he bebido lo suficiente.

—Empecemos por el principio. Nace usted en las Antillas, un excelente ejemplo de lo que por aquí solemos llamar un crisol de razas y civilizaciones.

— Nací a muy temprana edad… Bueno, voy a hablar en serio, ¿vale? Efectivamente, nací en la ciudad portuaria de Castries, en Santa Lucía, una isla volcánica de una belleza increíble y, también, increíblemente pobre. Un día, mirando a los pescadores, me sorprendí pensando que probablemente su pobreza era completamente inseparable de su belleza.

—La pobreza es muy fotogénica.

— Sí. Siempre ha sido así, y le diré cuál es la razón: la pobreza es siempre una pobreza natural, orgánica. En la pobreza no hay artificio. Pues bien, ahora mismo, el archipiélago de las Indias Occidentales donde nací, y mi isla, Santa Lucía, están convirtiéndose en pequeños 'miamis'. Las playas se han llenado de complejos hoteleros cuyo dueño vive fuera y únicamente se preocupa de generar ingresos que nunca llegan a la población nativa, de tal modo que los antillanos se sienten igual que Adán y Eva cuando fueron desalojados del Paraíso. Me aterra pensar que la situación no es diferente en lo esencial a la que vivían algunos de mis antepasados cuando eran esclavos en as plantaciones. Los nuevos esclavos son camareros o camareras condenados al agasajo y a la sonrisa. Por cierto, no se imaginará usted a los isleños cantando y tocando la guitarra, ¿verdad?

—No. Espero que usted no se imagine a todos los españoles bailando flamenco.

— Me encanta el flamenco. Hágame una pregunta.

—Piel canela y ojos claros .

— Esa es una afirmación, no una pregunta. Sí, yo he sido un individuo muy guapo. Hay que ver los estragos que hace el tiempo.

—Nace usted de una cepa mestiza en la que suenan por igual los tambores africanos y la lengua de Shakespeare. O mejor, déjeme que lo cite: "Llevo en mí el veneno de dos sangres".

— No sólo yo, todo el Caribe es mestizo. De hecho, la historia de mi vida es una metáfora, o puede serlo, de la historia reciente de las Indias Occidentales. Mi origen, en el que están presentes la sangre africana y amerindia y la europea, mi juventud, con la consiguiente lucha por encontrar una voz propia en medio de ese vasto suelo de interferencias raciales y culturales, mi madurez, que puede equipararse a la independencia final de las colonias.

—Pero escribe usted en inglés, razón que cierto sector malintencionado de la crítica ha aprovechado para acusarlo a usted de haber tomado partido por la parte colonizadora.

— Es curioso, pero precisamente eso es lo que yo entiendo por una postura tendenciosa. Además, no se puede hablar con ligereza de una historia que ha presenciado una labor tan cruel de humillación y de aplastamiento. Soy poeta, y en lo que se refiere al arte no acepto tribunales tendenciosos, ni estoy dispuesto a pensar que la literatura pueda plantearse como una lucha entre dos lenguas enfrentadas. Lo cierto es que vengo de una sociedad en la que se habla una pluralidad de lenguas. Se habla inglés, francés, inglés criollo y francés criollo, y cada una de estas lenguas tiene su propio bagaje léxico e imaginario. Estoy muy lejos de pensar que ninguno de ellos sea superior al otro. Yo no he escrito en francés criollo, por ejemplo, por la sencilla razón de que pienso en inglés, pero también los dialectos isleños están presentes en mi obra, de manera que no puede hablarse de una elección sino de una fusión de elementos que yo he intentado amasar bajo la égida de los clásicos.

—De hecho, ha llevado usted esa fusión mucho más allá. Ha llevado la historia de su Caribe natal hasta el mar Egeo, no sólo en 'Omeros', sino también en 'Una odisea antillana'. ¿Por qué le interesa tanto 'La Odisea' ?

— Nacer junto al mar, en una isla tan increíblemente bella como Santa Lucía, es casi un destino. Cuando era niño soñaba con hacerme pescador y recorrer las islas con mi barco, y, por supuesto, con regresar a casa, como Odiseo cuando regresa a Itaca después de veinte años. Por otro lado, 'La Odisea' es un magnífico símbolo del viaje de la vida, del itinerario que comporta toda experiencia humana, por eso el viaje y el viajero llevan el mismo nombre. Su aventura tiene que ver con todo aquello que hiere la médula del ser humano: el amor, la política, el mundo de lo sobrenatural… Si usted une esto a que Santa Lucía era un fermento sin historia, un verdadero paraíso original, la sensación de estar contribuyendo a la fundación de una cultura, esa labor auroral de creación o de bautismo, se convierte es un auténtico gozo para un poeta.

—Deje que vuelva a citarlo: 'La Odisea' homérica es un poema que usted "ha borrado, línea por línea, para volver a escribirlo en páginas que son como rompientes que explotan". Pero hay más cosas. En su 'Omeros' usted, o su trasunto literario, aprovecha para reencontrarse con su padre. Al final del Libro III, en medio de una anagnórisis divertida y emocionante, su madre le dice: "Ya sé quién eres. Eres mi hijo, el hijo de Warwick. Y el hijo de Warwick, naturalmente, tiene que ser un caballero". Hábleme de sus padres.

— Efectivamente, mi padre se llamaba Warwick. Era un acuarelista extraordinario y, si la muerte no lo hubiera sorprendido tan temprano, habría sido un dramaturgo y un director de escena igualmente extraordinario. Murió de una infección de oídos cuando sólo tenía treinta años. Mi hermano gemelo, Roderick, y yo, teníamos apenas uno. Y mi madre era una joven maestra completamente enamorada. No volvió a mostrar el menor interés por el matrimonio. Se dedicó en cuerpo y alma a la educación de sus hijos y a hacer que veneráramos, día tras día, hora tras hora, la memoria de nuestro padre muerto, hasta el punto que nosotros le decíamos con cierta frecuencia, "Oye, mamá, cállate ya, por favor, déjalo que descanse en paz por un momento".

—¿De qué manera reaccionó usted ante esa ausencia ?

— La muerte de mi padre… Alcánceme usted una servilleta porque este es un tema que no puedo tratar sin emocionarme. Este tipo de cuestiones no se pueden tratar a la ligera. Verá, creo recordar la figura de mi padre subida en lo alto de una escalera pero no sé con certeza si lo he visto o esta imagen es el resultado de una ensoñación posterior. En cualquier caso, siempre he sentido que la muerte lo interrumpió en plena efervescencia creativa y que mi obligación era continuar el trabajo que dejó pendiente.

—Y su padre, ¿se lo agradece?

— Muy aguda. Sí. Yo diría que sí porque uno de mis hijos es pintor, una de mis hijas escribe relatos, la otra está interesada en el cine…, de modo que yo diría que la línea iniciada por mi padre continúa trazándose, no sólo a través de mí, sino a través de mis hijos.

—El río fluye. ¿Hay algo que permanezca?

— Verá usted, esa cuestión de permanecer… Le diré que acaban de morir dos de mis amigos más queridos, Arthur Miller y Susan Sontag, y que uno nunca encuentra consuelo para la muerte. Resulta tan irreal, tan extraño, que tengamos que morirnos, que el cuerpo de una persona muerta deje de estar habitado por la persona a la que amamos… Aun así, yo creo que la poesía, o el arte, es de las pocas cosas que perduran más allá de la muerte. La poesía y el amor, porque es evidente que uno sigue amando la memoria de los que se han ido. Yo he sido profesor durante muchos años. Recuerdo a una alumna muy inteligente que se llamaba Cynthia. Su padre acababa de morir y estaba destrozada, así que le dije: escríbele un poema a tu padre, intenta integrarlo dentro de la poesía. Parecía una exhortación tan cruel, tan frívola, tan perversa, pero le aseguro a usted que no lo era. Era, por el contrario, una forma de hacer que sobreviviera. ¿Conoce a Yeats? Hay un poema de Yeats que dice que desearía que sus seres queridos estuvieran muertos para poder escribirles un poema.

— Bueno, sin duda tiene usted razón cuando afirma que el amor a nuestros seres queridos es más fuerte que la muerte, pero está claro que el amor sensual, o el amor de pareja, no dura tanto tiempo. Me han dicho que se ha casado usted tres veces.

— ¡Falso! ¡Siempre me he casado con la misma mujer!

Walcott se repantiga en su butaca literalmente partido de la risa y añade:

— Quiero decir que, pasado un tiempo, todas se parecen…

—Intentaré obviar que me parece un comentario machista.

— En cualquier caso, déjeme que continúe. El enemigo del tiempo es la inmortalidad, la posibilidad de no verse afectado por el paso de los siglos. La gran poesía, el gran arte, son inmortales, pero no lo digo en un sentido religioso sino meramente temporal.

—¿Qué es el arte? (What is art?)

— El arte (art), en América, es una abreviatura de Arthur Walcott

deja estallar otra sonora carcajada y, sin mediar segundo, vuelve a adentrarse en la profundidad de sus ojos azules.

— Verá usted, tenemos ante nosotros un cuadro de Velázquez. ¿No será una copia, no? Ese cuadro, suponiendo que no sea una copia, lo ha pintado él, es hijo de sus manos, y lo contemplamos hoy con la misma admiración con que lo contemplaban hace más de tres siglos. Por lo tanto, y puesto que Velázquez y su obra no pueden separarse, yo diría que Velázquez está vivo a través de su obra, que la obra es una forma de supervivencia.

—¿Es usted agnóstico?

— No lo sé. Supongo que es la respuesta más sensata que se puede dar a una pregunta como esa.

—¿Por qué, entonces, esa melancolía por la muerte de Dios, por hablar a la manera de Nietzsche ?

— Pues sí que ha puesto usted pasión en la cacería. No quisiera comportarme con rudeza, pero, ¡guau! ¡menudas preguntas que me hace! Es, en cualquier caso, una pregunta muy profunda, quizá la pregunta más profunda que un ser humano puede hacerse. Intentaré responder. Verá, usted parte desde una posición de fe y el tiempo pasa, pasan los años, y uno se pregunta por qué ha nacido, por qué tiene que morir, y un buen día descubre que cuando se pregunta por Dios en realidad está interrogándose acerca del sentido que tiene el paso del tiempo, la contemplación cotidiana de la forma en que todo esplendor acaba reduciéndose a cenizas, de que todo lo que es orgánico nace y finalmente muere. Es obvio que nadie o casi nadie quiere morir y, cuando uno va entrando en años como yo, esa posibilidad se vuelve realmente angustiosa, sobre todo cuando la experiencia que la vida nos otorga no nos ayuda a objetivar respuestas en torno al plan que subyace o no a ese constante relevo de organismos que otorga continuidad a la Naturaleza. Nada sabemos de Dios. Sin embargo, hay algo que parece claro, ¿recuerda ese verso increíble de Ezra Pound?: "El diablo es el Tiempo, querida". Hmmm… Sin embargo, a veces me paro a pensar por qué razón a un santo no le importa morirse. Está convencido de encontrar a Dios al otro lado. Son dos posiciones muy diversas ante el enigma de la muerte. Deduzco, de todos modos, que ese Dios del que nada, en realidad, sabemos, no se preocupa demasiado por nuestra valentía o por nuestro miedo. Dante quería morir, y, en fin, puesto que nada sabemos, ¿quién puede asegurar que no esté ardiendo en el infierno?

—¿Recuerda el final de 'Blade runner',cuando Rutger Hauer está a punto de morir y, soltando la paloma que lleva en la mano, dice aquellas frases tan emocionantes: 'Mis lágrimas se perderán en el tiempo como las gotas de agua entre la lluvia'?

— Mala música, como toda la que tocan en Hollywood. El problema de la mala poesía es que es 'poética'. La buena poesía no es poética.

—¿Y qué diría si le quedaran cuatro minutos de vida?

— ¿Qué diría? ¡Deme un respiro! (Give me a break!).

—Esto es todo por el momento.

— Ha sido un verdadero placer, Harrison.

—Un placer compartido, Sharon. Por cierto, cruza usted las piernas como nadie.

x.x.x

Derek Walcott

Entrevsita realizada por Itiziar De Francisco, publicada em "El Mundo", de 05/08/2005, extraida do site http://teatrogranada.es em 24/04/2015


Cuarenta y cinco años dedicado al teatro y ni una obra estrenada en España. El poeta y Premio Nobel de Literatura Derek Walcott rompe esa maldición y estrena en el Festival de Mérida Una odisea antillana, escrita y dirigida por él mismo. Con más de 15 actores, una banda de música caribeña y la presencia en escena por primera vez de Lucía Bosé, Una odisea antillana recrea el poema homérico desde el particular universo del autor, que desvela las claves de su obra en esta entrevista.

Cuando en 1992 Walcott recibió el Premio Nobel de Literatura, en España no se había traducido ninguna de sus obras poéticas. Hoy, aunque más traducido y conocido, Europa sigue olvidando al dramaturgo y director de escena que lleva dedicado al teatro casi medio siglo junto a su compañía, la Trinidad Theatre Workshop. Autor de obras como Harry Dernier (1952), Dream on Monkey Mountain and other plays (1970), Remembrance and Pantomime: two pays (1980), Three Plays (1986) y de una versión de El burlador de Sevilla (1978), Walcott estrena por primera vez en España, y lo hace con Una odisea antillana, su visión caribeña de la obra de Homero que acaba de verse en Siracusa y que hoy llega al teatro romano de Mérida. En ella música y texto se funden ante la presencia del Mediterráneo, papel interpretado por Lucía Bosé, que sube a escena por primera vez.

–¿Cómo surge este proyecto?


–La Royal Shakespeare Company me pidió que escribiera una adaptación teatral de mi libro The Odissey, así que escribí esta obra. Ellos fueron los primeros en producirla y estrenarla en Strantford-upon- Avon y más tarde en Londres.

–¿Por qué eligió a Lucía Bosé para este montaje?


–Fue el productor quien sugirió su nombre. Así que escribí algunos poemas en conexión con el texto para que ella los leyera como prólogo.

–En Una odisea antillana utiliza una banda de música caribeña. ¿Con qué objetivo?


–En esta versión he trasladado intencionadamente el mundo troyano y el griego al caribeño, en concreto a una gran plantación isleña de hace dos siglos, así que la música es folclore caribeño. Además creo que los actores se sienten más cómodos en ese entorno al serles muy cercano y reconocible.

–A pesar de que lleva 45 años trabajando con su compañía Trinidad Theatre Workshop su labor como dramaturgo y director no es muy conocida en España. ¿Cómo afronta su trabajo en el campo teatral?


–Es algo a lo que estoy muy acostumbrado porque llevo haciéndolo desde hace casi medio siglo con mi compañía, y previamente con otra formación en Santa Lucía. Pero es cierto que en Europa, salvo en Londres, este trabajo no ha trascendido, a pesar de que en América he estrenado en numerosas ocasiones, sobre todo en Nueva York.

–¿Existe una estética que dé unidad a su trabajo en escena?


–La verdad es que no tengo una teoría sobre la dirección. Me gusta escribir las obras para mis propios actores, así que yo diría que mi estética surge de ese sentimiento de compenetración con mi grupo, formado por actores que yo he elegido y a los que conozco desde hace tiempo. Todo lo que hago desde la escritura lo hago para ellos. Por eso me considero afortunado al poder escribir directamente para los intérpretes durante un periodo tan largo.

–En Una odisea antillana está presente de nuevo la figura de Homero y su gran obra, La Odisea. ¿Qué valor adquiere para usted conceptos como el viaje, la guerra, el tiempo, el exilio y el amor a la patria tan presentes en la obra homérica?


–Todos esas ideas son importantes en esa lucha de un hombre que desea volver a su casa y que se enfrenta a ciertos retos que se lo impiden. Uno de los conceptos que más me interesa del libro es el del tiempo, porque estamos hablando de una época en la que el hecho de viajar llevaba días, semanas... Hace algunos siglos una carta tardaba meses en llegar a su destino, ahora, si alguien quiere volver a casa sólo tiene que coger un avión. ¡Pero Penélope tiene que esperar 20 años el regreso de Ulises! Así que el concepto de tiempo y su medida ha cambiado mucho desde Homero hasta nuestros días. Aunque la verdadera cuestión de La Odisea se halla en las aventuras que alguien tiene que superar para llegar a casa.

–¿Dónde radica esa fascinación por el mundo homérico que tanto ha marcado su obra?


–Escribí Omeros porque vi un paralelismo entre la vida de un pescador en las islas, viajando entre ellas y trabajando en el mar, y la época de Homero y su gran protagonista, Ulises. En ese sentido Omeros es “homérico” porque el mar siempre está presente pero no está basado literalmente en La Iliada o La Odisea. Aunque el mar, el Caribe, siempre ha estado allí, como el Egeo, como las islas.


–¿Qué idea le sugiere eso?


–Detrás de todo esto se esconde la importancia de los nombres, el nombramiento de las cosas. Mucha gente del Caribe cambia su nombre cuando llega a América, así que se produce un renombramiento, un bautismo de esas personas cuando cruzan el Atlántico. Alguien que viene de Polonia se llama de forma distinta en Nueva York. Y al cambiar los nombres se está cambiando la realidad, las creencias, la identidad...

–El mar es una constante en su obra. ¿Qué valor tiene para usted?


–Yo vivo muy cerca del mar, en una parte de la isla que está casi sobre él, así que tengo un gran conocimiento de sus cambios y de su belleza. Y eso está presente en mi obra porque el mar está muy relacionado con el lugar de mi nacimiento y de mi infancia. Por otro lado creo que existe un paralelismo entre lo que pasa en La Odisea y la vida en las islas porque cualquier pescador que se adentre en el mar y regrese no se diferencia mucho de Ulises.

–¿Imagina su obra sin el mar?


–Si hubiera nacido en algún lugar de Norteamérica, en Idaho, por ejemplo, donde no hubiera visto nunca el mar, mi obra habría sido muy distinta.

–¿Recuerda cuándo y cómo empezó a escribir?


–Escribo poemas desde muy pequeño porque mi madre era profesora de colegio y mi padre solía escribir, pero murió joven. Creo que empecé a escribir poemas como consecuencia de la influencia de mi madre maestra y porque el trabajo de escritura de mi padre quedó interrumpido por su muerte. Así que desde que puedo recordar siempre he estado escribiendo.

–¿Y el mar no le incitó a escribir?


–Por supuesto. Hay niños que quieren ser astronautas; yo simplemente quería hacerme mayor y ser marinero para viajar por el mar y recorrer las islas. Pero sólo es una fantasía de infancia.

–¿Se definiría usted más como Homero o como Ulises?


–Tenemos que partir del hecho, obvio, de que La Odisea es el símbolo de la experiencia humana, del viaje a través de la vida. Los encuentros de Ulises son unas veces políticos, como el episodio del cíclope; otras veces se refieren a la fidelidad sexual, como en el capítulo de Circe; y en ocasiones están relacionados con el mundo sobrenatural, como su descenso al infierno. Es un viaje que recibe el nombre del hombre que lo realizó, Odiseo, pero lo que esta obra representa es cómo enfrentarse y conquistar nuevas experiencias. Ulises es una suerte de héroe, y yo no soy un héroe…

–Quizás sea un héroe para la cultura caribeña...


–(Risas) No lo sé. Pero no soy un aventurero moderno, sino que escribo sobre la gente. En ese sentido mi identidad está formada por todo aquello que imagino.

Para un hombre criado en la realidad de Santa Lucía pero que se ha educado en el sistema anglosajón, en Boston, ¿cómo influyen esas realidades en su personalidad artística?


–Yo nací y crecí en el Caribe, de ahí soy, de ahí vengo y desde ahí escribo. Aunque es cierto que estoy vinculado a América, donde enseño y en ocasiones vivo en Nueva York, mi centro es Santa Lucía, yo pertenezco al Caribe. Pero la otra cara de esa experiencia es la situación que padecen las gentes del Caribe que llegan a América y que son juzgados sólo por el lugar del que proceden. Este es un problema crucial todavía.

–Desde esa posición entre ambas orillas, ¿cómo ve el conflicto entre la cultura americana y la indígena?


–Los nativos americanos no sobrevivieron porque la cultura indiamericana fue barrida por el hombre blanco, por colonos de origen europeo. Es la historia del colonialismo, del imperialismo. Los nativos americanos tienen una trágica historia con muchos paralelismos con el imperialismo europeo

.

–¿Y los caribeños?


–En el caso de los caribeños algunos han nacido ya en Inglaterra porque sus padres llegaron aquí hace años. Son verdaderos ingleses, de piel negra y británicos. No conocen en absoluto el Caribe ni desean ir allí. Pero también hay muchos poetas caribeños que escriben en inglés sobre su experiencia en Londres.

–¿Ese fascinación por un clásico griego indica una afinidad entre el carácter mediterráneo y el antillano?


–Al igual que el Caribe, el Mediterráneo es un espacio muy grande. Si alguien se adentra en él le parecerá que todas las islas y que toda su gente son iguales, pero la verdad es que hay tanta variedad en cada una de ellas que son como microcosmos. Hay influencias españolas, danesas, francesas... Y ese crisol de culturas también está presente en el Mediterráneo, aunque se da de forma más concentrada en el Caribe.

–¿Por qué no llegan noticias de la literatura y el arte antillano?


–No es que no haya, el problema es que en Europa no hay interés por lo que allí sucede. Quiero decir que nadie en Francia u otro sitio, por ejemplo, está especialmente interesado en leer literatura caribeña. Yo encuentro esa postura muy provinciana puesto que no les importa otra cosa que ellos mismos, aunque estemos hablando de países muy potentes. Hay muchos y muy buenos poetas y novelistas caribeños y el hecho de que no sean conocidos en Europa no significa nada. Europa no es un juez, no es un tribunal cultural: uno no es juzgado por lo que Italia o Francia, por ejemplo, opinen de tu trabajo. Ya no se tiene que complacer al señor porque ya no perteneces a él. Eso es un imperialismo desfasado.

–¿Su origen antillano le ha supuesto en alguna ocasión un obstáculo?


–No, en absoluto. El Caribe es la consecuencia de un periodo de la historia muy sangriento y ambicioso. Es un sitio hermosísimo pero en términos históricos, de los sucedido con los indios, de las luchas que allí han tenido lugar, de la esclavitud, de las enfermedades y pobreza que hemos padecido todo lo que ha sucedido en el Caribe es terrible. Y es gracioso que desde fuera a veces sólo se vean sus hermosas playas, sus montañas... detrás de eso se esconde una historia de masacres horribles.

–¿A qué obstáculos, como Ulises, se ha tenido que enfrentar?


–Me preocupa la corrupción de los políticos caribeños y también la indiferencia de los gobernantes por las artes, por su ausencia en el sistema educativo.

–Creó su compañía hace medio siglo. ¿Qué tipo de trabajo realizaban?


–Nos centrábamos mucho en los actores, entrenándoles para que interpretaran de forma natural, sin imitar el acento inglés; también hablábamos la realidad caribeña. Pero los comienzos fueron muy difíciles, apenas teníamos espacios para ensayar y casi no estrenábamos. Fue una verdadera lucha en la que la ausencia de ayuda gubernamental fue total.


–¿Por qué le interesaba tanto el teatro en sus inicios?


–Mi madre solía interpretar y mi padre escribía pequeños sketches. Además, el amor por la poesía me llevó a Shakespeare y de ahí al teatro. Yo escribo en verso, así que fue algo casi natural llegar al teatro. A eso hay que sumarle que llegó un momento en que quería formar una compañía, aunque fue difícil porque hasta entonces apenas había tradición teatral.

–¿A qué se debe esa ausencia de tradición teatral caribeña?


–Tiene que ver con el dinero y el apoyo gubernamental, puesto que todos los países caribeños imitan al imperio en el mal sentido de no apoyar a las artes. Los gobiernos caribeños entienden el arte como algo amarteur, así que no se gastan dinero. No tenemos buenos teatros, si ni siquiera tenemos pequeños teatros.

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