Volta para a capa
Grandes entrevistas

Parece el rey de una tribu. Su imagen desprende autoridad y dignidad. También su biografía y su obra. El primer Nobel africano de Literatura defiende el poder de la tierra y ataca la banalización de los valores. Recomendar en Facebook 7 Twittear 0 Enviar a LinkedIn 0 Enviar a Tuenti Enviar a Eskup Enviar Imprimir Guardar

Wole Soyinka nació en Beokuta (Nigeria) en 1934 y recibió el Nobel de Literatura, el primero para un escritor africano, en 1986. No solo le resta toda importancia a esta distinción, sino que, según sus declaraciones, le ha venido importunando sin tregua. Fuerte, apuesto, seguro de sí y curtido por numerosas peripecias que amenazaron su vida, sus palabras pesan como las de un ser humano que ha extremado sus fuerzas de supervivencia.

Pasó 22 meses incomunicado en una cárcel por su oposición al régimen dictatorial y militar que gobernaba su país. Ser un constante perseguido durante décadas ha construido una parte de su personalidad. La otra parte, además de la política, la componen sus novelas, sus poemas, sus ensayos y, especialmente, sus piezas de teatro, que él destaca como el mejor medio de comunicación.

En la actualidad, Soyinka, convertido en un símbolo de la democracia y de la liberación de las poblaciones oprimidas, viaja por todo el mundo e imparte clase regularmente en Los Ángeles, adonde marchó en 1997, tras ser acusado de traición por el dictador Sani Abacha, para refugiarse junto a algunos miembros de su familia.

Acostumbra a pedir dos dedos de aguardiente cuando empieza una conversación; así lo hizo en esta ocasión en Londres, aunque apenas bebió, solo tocaba de vez en cuando el vaso. Su figura recuerda, en cierto modo, la de un rey tribal, con sus pelos alzados, blancos e hirsutos y su mirada que podría penetrar la oscuridad. No en vano es un cazador casi perfecto.

Usted parece un hombre muy fuerte y un apasionado cazador.

Sí. Es una forma que tengo de relajarme, de desaparecer.

¿Qué suele cazar?

Cualquier cosa que sepueda comer. Yo no voy de caza para colgar trofeos. No cazo lobos ni animales así. Cazo animales tradicionales de caza con mi compañero o voy yo solo.

¿Solo?

Sí. A veces. Pero normalmente, si quiero cazar jabalíes, voy con más gente.

¿En Nigeria?

En Nigeria, siempre en Nigeria. Bueno, una o dos veces en Estados Unidos, pero no me gusta cazar allí. Está demasiado regulado.

¿Y cómo soporta esta intensa vida nómada que lleva, entre cursos, reuniones y conferencias por todo el mundo?

Básicamente donde me siento bien es en casa, en mi país. Simplemente porque es aquello a lo que estoy acostumbrado. Allí nací y ese es mi entorno. A veces mi relación con el mundo exterior adopta la forma de una dialéctica entre lo extranjero y mi lugar, eso es verdad, pero como la mayor parte del tiempo lo paso fuera de mi entorno llego a sentir que no estoy ni aquí, ahora en Londres, ni en ningún sitio. Los seres humanos, sobre todo en la época moderna, son seres viajeros. Pero creo que si pudiera elegir, el 90% del tiempo lo pasaría en mi casa.

Pero ahora vive en Los Ángeles.

Sí. Desde la época en que me exilié en 1997 y que yo llamé, de forma un poco eufemística, un "año sabático político", es decir, seguir con mi lucha política del interior en el exterior.

Y da clase en la Universidad de Los Ángeles.

Sí, ahora sí. Es interesante cómo llegué a instalarme en Los Ángeles. Cuando saqué a mi familia de Nigeria, al principio quería dar clases en Harvard, pero hacía demasiado frío para mí, así que mebajé a los trópicos, a la Universidad Emory de Atlanta. Cuando estaba en esa Universidad, el Gobierno nigeriano creó consulados en dos lugares de Estados Unidos: en Atlanta y en Houston. El Gobierno de mi país había identificado lo que consideraba los bastiones de la resistencia contra Sani Abacha y crearon un consulado en Houston y otro donde yo estaba, en Atlanta. Pensé que mi familia estaba en peligro y nos trasladamos al otro extremo de Estados Unidos.

En su experiencia personal, el aspecto político ha debido de ser una carga constante de su vida.

Básicamente, si tuviera que elegir, todo lo que haría sería escribir y enseñar; creo que tengo buen instinto para ser profesor. Me gusta dar clase en la universidad y abrirles la mente a los estudiantes; disfruto dando clase.

¿Cree que su vida en general ha mejorado tras el Nobel de 1986?

No, no. Si hubiera podido elegir, si llego a saber lo que iba a significar, le habría rogado a la Academia Sueca que me dieran el dinero y le concedieran el premio a otra persona. Está claro que es imposible, pero yo les habría dicho: "Dadme el dinero sin que nadie se entere y que el Premio Nobel de este año se lo lleve otra persona". Es un problema. Yo conocí a García Márquez en Cuba un año después de ganar el Nobel, a él se lo habían concedido unos años antes. Y me preguntó: "¿Qué tal te va, hermano?". Y yo le contesté: "Es un infierno. Espero que acabe pronto". Y me dijo: "No, no se acaba nunca". Ojalá le hubiera creído en esa época, porque habría tomado ciertas precauciones. Pero pensé: "Está exagerando". Y no exageraba. Tenía toda la razón.

¿Y ahora, casi 25 años después?

Pasado un tiempo después de que me concedieran el Premio Nobel, me fijé una fecha para jubilarme. Ni se imagina lo pronto que era. Pensaba en jubilarme, dejar de dar clase, apartarme de la vida política, de todo, y sencillamente dedicarme tan solo a escribir. Todo el mundo tiene una visión de sí mismo, de lo que quiere hacer. Yo tengo la mía, así que me puedo jubilar. Eso pienso.

Pero no se jubila.

García Márquez envió una nota a sus amigos y colegas con unas cuantas lecciones que había aprendido a lo largo de su vida en la que decía que se apartaba de la vida pública porque tenía cáncer, como sabe. Y ha acatado esa decisión al pie de la letra. Permítame, por tanto, que le diga algo que he aprendido de él aunque no esté de acuerdo con todo lo que decía en su carta: en los últimos meses he visto que cuando estás débil y expuesto al ataque de un cáncer, ya sea un cáncer fisiológico o político, ocupado en actividades que destruyen lo que realmente quieres hacer, es una cuestión moral y de voluntad decir: "Me retiro". No hace falta esperar a sufrir un cáncer. Dices: "Hoy me retiro". Y desapareces hasta que la gente se olvida de ti. Eso es lo que he aprendido de García Márquez. Y creo que trataré de imitarle.

¿Así que no recomienda a la gente que intente conseguir el Nobel?

No. No se lo recomiendo a nadie.

Y su mujer, ¿qué opina de sus constantes viajes y ausencias?

Creo que debería haber un premio más para las mujeres de los que ganan el Premio Nobel. La Academia Sueca debería concederles un premio similar a la condecoración con la que se distingue a los heridos de guerra. Pero, bueno, mi mujer lo sobrelleva maravillosamente.

Usted es un hombre físicamente fuerte, ¿no?

No crea, también tengo mis achaques. No me considero un hombre fuerte. Sencillamente, tengo suerte. Algunas personas tienen suerte por una razón o por otra. Yo no he tenido ninguna enfermedad grave. A veces me caigo cuando voy de caza, pero eso es casi todo.

Pero también es fuerte para viajar y escribir al mismo tiempo.

No creo que escribir sea fácil para nadie, lo que pasa es que aprendes a adaptarte al ritmo de escribir. Antes me enredaba muchísimo y eso hacía que estuviera casi siempre agitado. Mi idea, después, fue esconderme en mi estudio y escribir allí. Hace años no podía imaginar ninguna otra forma de escribir que no fuera recluido en mi estudio, pero luego llegó un momento en el que me convertí en un fugitivo permanente. Tuve que empezar a escribir allí donde estuviera.

En aviones, en taxis

En aviones sobre todo. Te aíslas del mundo. Puedo escribir en la sala de espera del aeropuerto, en el hotel, en cualquier parte. Y durante ese tiempo me siento totalmente apartado del resto del mundo.

Tiene buena capacidad de concentración.

Sí, es lo que he comprobado. He tenido mucha suerte en esto.

¿También le ayudó cuando estuvo preso?

Estuve 27 meses en la cárcel y otros 22 incomunicado. Lo más difícil de soportar fue que no me permitían ni leer ni escribir. Hacerle eso a un ser humano es atroz, sobre todo si es alguien que ama el mundo de los libros. En ese aislamiento tuve que dejar de lado cierta creatividad en favor de otros ejercicios mentales.

¿Cuáles?

Lo primero es medir tu entorno físico, porque necesitas cosas físicas para escribir. A veces, cuando me acuerdo de esa época, me parece ridículo que una novela pudiera salir de una circunstancia así, pero yo soy bastante surrealista. Al principio escribía poemas muy breves que pudiera memorizar. Otras veces raspaba con una piedra las paredes para escribir.

¿No tenían papel ni lápiz?

Nada de nada. Está prohibido. Pero luego me dije: ¿Qué más puedo hacer para ejercitar el cerebro? Y pensé: matemáticas. En el colegio las odiaba. En cuanto pasaba de curso tiraba el libro de matemáticas por la ventana. Para mí eran una verdadera tortura. Pero en la cárcel pensé: Voy a retomar esa asignatura que tanto odiaba. Y no fue una tortura, sino que me resultó fascinante. Me di cuenta de algunos aspectos estéticos de las matemáticas que tanto me frustraban en el colegio.

¿Por ejemplo?

La forma que tienen las ecuaciones y la relación de esas formas matemáticas, que traducen el triángulo, el rectángulo, el rombo, el círculo, etcétera, a meros principios matemáticos. Me pareció fascinante. Así que recuperé lo que me gustaba de las matemáticas, llegué a recordar todas las fórmulas, y me puse un montón de ejercicios, la ley de las permutaciones y combinaciones, ecuaciones algebraicas. Las ecuaciones de segundo grado no las podía hacer sin un libro, pero por lo menos llegué a dominar las algebraicas. Me llevó días recordarlas, así que el tiempo se me pasaba volando. Por ejemplo, me despertaba por la mañana e intentaba acordarme de la ley de las permutaciones, es decir, cuántas combinaciones puedes hacer con seis elementos distintos. Al trabajar sin ayuda, me llevaba días, y era siempre un proceso de ensayo y error. Dibujaba rayas en la pared, en el suelo. Todo ello me ayudaba a tener la mente ocupada. Más tarde conseguí hacer una pluma y tinta a base de café, y seguí experimentando con el papel higiénico y con el papel de los cigarrillos que nos daban. Al final construí un pequeño escondrijo donde ocultaba el rollo de papel higiénico; también hice un agujero en el suelo. Todo tipo de subterfugios que se me ocurrían y desarrollaba a través de un proceso muy lento.

Usted tituló el libro en el que cuenta su experiencia en la cárcel 'El hombre muerto'. ¿Qué puede decir de eso?

Se refería a un acontecimiento real, porque el libro era una diatriba contra las dictaduras militares. Y el ejército de esa época mató a un asistente mío. Tuvo una herida muy grave y le tuvieron que amputar la pierna. El libro habla sobre todas las veces que pregunté por ese joven, hasta que un día llegó un telegrama que decía tan solo: "El hombre murió". Y pensé que también a mí me pasaba algo parecido.

¿Se sintió morir?

Sí. Sentía que el país había muerto, que había capitulado ante la dictadura. Yo a veces he comparado la situación de Nigeria bajo la dictadura militar con la experiencia española con Franco. La gente capituló, empezó a poner excusas, empezó a racionalizar aquello contra lo que había luchado y fue entonces cuando el hombre murió dentro de todos nosotros.

Nigeria ha sido una tragedia permanente en su vida.

No puedo decir lo contrario, por desgracia. Me encantaría. He intentado olvidarme. Estuve varias veces en el exilio y me dije: Se acabó, tengo que dedicarme a mis libros. Ahora bien, en cuanto llegaba alguna amarga noticia desde allí se colaba entre mis defensas y me daba cuenta de que no me había olvidado en absoluto de Nigeria. Dicho esto, permítame que le explique una cosa. Yo no soy patriota, no creo en ese constructo llamado "país". La palabra "patriotismo", en mi opinión, tiene muchas connotaciones. A veces se utiliza de forma oportunista, como una excusa para imponer una definición muy cuadriculada de la humanidad y de uno mismo. Para mí, eso es lo que significa la palabra "país". Pero le tengo aprecio a la humanidad, la humanidad con la que crecí, la humanidad con la que me identifico, la que forjó mi personalidad. Le tengo aprecio a los mares, a las rocas. Pero esa cosa que se llama "país". Escribí un artículo una vez en el que dije: "Que se mueran los países". Cuando hablo de Nigeria como país, no hablo de ese constructo artificial que incluso se nos impuso sin nuestro consentimiento cuando el Imperio británico dividió el continente. Y cuando la gente va a la guerra, como nosotros lo hicimos, para preservar las fronteras nacionales, la circunstancia es de lo más estúpida, porque matas y mueres por el constructo ideado por otra persona.

¿Usted tiene todavía familia allí?

Mi familia está desperdigada por todo el mundo. Incluso uno de mis nietos trabajó para u n Gobierno al que odiaba, el Gobierno del último régimen. Es lo que pasa; yo elegí mi profesión, él eligió la suya. Somos independientes y yo les animo a que sigan su propio camino.

Usted viaja por todas partes, ha visto la crisis en diferentes países, los efectos de la globalización, todas esas cosas que nos han cambiado la vida. ¿Cuál es su opinión de este nuevo mundo?

Pienso que la globalización es inevitable. Uno tiene que aceptar que la globalización ha formado parte del mundo desde que se empezó a viajar. La expansión de las religiones es una forma de globalización y el comercio ha transferido la cultura, las costumbres y las convenciones de un sitio a otro. Esto tiene a veces como resultado una colisión, y otras veces, una simbiosis. El cristianismo intentó globalizar el mundo. El islam, también. Y, en la actualidad, algunos aspectos del islam siguen queriendo globalizar el mundo. La cultura en sí, en términos generales, se está globalizando. El problema empieza cuando la globalización se vuelve peligrosa, cuando la salud económica de una zona se consigue a expensas de un lugar más débil en el que los bienes se exportan de tal forma que hace que otros países se conviertan en marionetas. Y así nos encontramos con esas empresas manufactureras en Filipinas que fabrican allí una sudadera que luego se envía a Europa, donde se vende muy cara, mientras que los trabajadores están cobrando el sueldo mínimo. Ese es el aspecto de la globalización que me parece negativo y degradante. Pero en cuanto a la circulación de bienes, si funciona no necesariamente con una igualdad absoluta, sino simplemente con respeto a los seres humanos que los fabrican y a su cultura, si ayuda a fomentar esa cultura, la globalización debe considerarse positivamente. Así que no es la globalización per se, sino la recolonización de otras partes del mundo a través de medios económicos, lo que es negativo. Es negativa la banalización de los valores, la creación del consumismo como menor denominador común. Mucha gente reacciona ante expresiones como "globalización" como si el diablo estuviera a punto de entrar en la conversación, pero yo veo la globalización como la consecuencia inevitable de que se hayan acortado las distancias. ¿Cómo puede no haber globalización si puedes estar sentado en un rinconcito de un minarete en Irán y comunicarte con el resto del mundo? Este hecho, a pesar de las tristes restricciones que aíslan a sociedades, ya ha englobado el mundo y, en cierto sentido, los países retrógrados y regímenes malvados como el de Irán reciben los efectos liberadores de la globalización.

¿Piensa que esta coyuntura no es solo una crisis económica, sino también de valores?

Es una crisis de valores también, sobre todo aquellos que se pueden comunicar a través de la tecnología. Creo que algunas organizaciones, como la Unesco, lo reconocieron en un momento dado. La Unesco y otras organizaciones intentaron crear lo que ellos denominaban un "nuevo orden de comunicación". Pero no he oído hablar mucho de eso últimamente. Y es una pena que una respuesta así acabe en agua de borrajas.

Ha sido un placer la charla. Le deseo mucha suerte en la vida.

Muchas gracias. Pero ¿mi vida? Acepto mi vida, pero si tuviera alternativa, es muy posible que eligiera otra. Aunque sí, creo que he tenido suerte. Esta segunda vuelta de mis siete vidas, porque, como sabrá, se supone que un gato tiene siete vidas y yo he utilizado ya la primera vuelta, podría decirse que no está mal.

¿Se siente, pues, satisfecho?

No sé si estoy satisfecho. La verdad es que no pienso en eso. Pero poder tomar decisiones es el aspecto más satisfactorio de una persona, y la mayor parte de mi vida he podido tomar mis propias decisiones, acertadas o equivocadas, eso da igual. Creo que la gente tiene que tomar decisiones, y eso es lo que nos distingue como seres humanos.

¿Usted no tiene ningún sentimiento de culpabilidad que le torture?

¿Tortura mental? No, no la tengo. Intento vivir sin arrepentimientos. Si cometo algún fallo, si tomo una decisión equivocada, tengo que vivir con eso, estoy preparado para aceptar las consecuencias.

¿Qué tal la relación con sus hijos?

Con mis hijos la relación es muy buena. Es difícil, pero al final. Uno está dando clase en Estados Unidos, dos están en Inglaterra, uno está trabajando en alguna parte, otro está en Ghana. Se ganan la vida con profesiones muy distintas.

Usted se ha casado dos veces.

No, me he casado tres veces. No salieron bien las cosas

Cuéntemelo.

No me gusta mucho hablar de mi vida privada.

¿Dos de sus hijos son del primer matrimonio?

No los cuento. En nuestra cultura creemos que da mala suerte contar a los hijos, así que lo único que digo siempre es que los dioses han sido excepcional y misteriosamente amables conmigo en cuanto a los hijos. No los cuento, pero los conozco a todos. A veces, las tradiciones vienen muy bien.

Parece usted un hombre al que le ha resultado fácil seducir a las mujeres. No sé.

Eso lo tienen que decir las mujeres.

¿Pero cuál es su impresión?

No tengo ni idea. He de decir que con algunas mujeres tengo muy buena relación, y con otras, muy mala. Eso es todo lo que puedo decir. Estoy de acuerdo en que las mujeres son muy importantes en la vida. Estimulan la vida.

Y son una buena fuente de inspiración.

Sí, eso sin duda. Y uno las necesita. Igual que pienso que las mujeres necesitan a los hombres. Por eso existen los hombres y las mujeres. Por la razón que sea, a algunas personas nos gusta mucho la soledad, nos podemos pasar días, semanas y a veces meses solos. Pero a pesar de eso, sabemos muy bien que las mujeres son una parte muy importante incluso de nuestra propia soledad.

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