Volta para a capa
Grandes entrevistas

Ernesto Sábato

 

Hacia 1975, algún tiempo después de la publicación de Abaddón el exterminador, una mañana de otoño, me acerqué a la casa de Ernesto Sabato para hacerle una entrevista para el diario Clarín. En ese ambiente casi rural del pueblo de Santos Lugares, donde el escritor vivía acompañado por Matilde, su esposa, se desarrolló el diálogo. Nervioso, vital, en algún momento hosco, a la vez que afable y tierno, Sabato respondió todas las preguntas sin oponer límites.

por ROBERTO ALIFANO

-Empecemos este diálogo, recordando algunos momentos de su infancia.
- Lo más profundo que puedo decir sobre esa época de mi vida está en esas novelas que he escrito, aunque a veces aparezca desfigurada por la ficción. No sé, para hablarle de mi infancia tendría que mostrarle algunas fotografías y comenzar a recordar cosas de mi niñez, allá en Rojas, mi pueblo. Pero creo que eso no es importante.

-¿Y sus sueños, quiero decir los de aquel tiempo, tampoco los quiere recordar?
-No recuerdo detalles, pero le puedo hablar de algunos sueños obsesivos: una enorme bóveda, una especie de anfiteatro cósmico, yo solo, en alguna parte mi padre y mi madre. Era algo terrorífico. Pero otras pesadillas se producían estando despierto. Eran, pienso ahora, más que sueños, alucinaciones.

-¿Esos sueños o alucinaciones de su niñez, no tienen que ver con el Informe sobre ciegos, que se materializa después en la ficción?
-No le puedo responder en cuatro palabras lo que intento describir en toda mi obra. Más, creo que he escrito para tratar de ver claro en esas obsesiones. Y es más: para poder soportarlas sin reventar.

-¿Abaddón el Exterminador es la más autobiográfica de sus novela?
-En apariencia sí. Porque yo mismo figuro en la obra. Yo creo que toda novela, si no es un simple pasatiempo, es, en alguna medida, autobiográfica. Todo arte, en definitiva, es una descripción del alma del artista. Aunque Van Gogh pinte una iglesia está retratando su alma, sus conflictos. En cuanto a Abaddón, verá que las partes más importantes en que figuro yo mismo son delirantes. ¿O alguien puede creer de verdad que a mí me iniciaron en un subterráneo, debajo de las criptas de esa iglesia de Belgrano?

-¿En esa novela hay también mucha ironía hacia lo personal?
-Sí, pero, ¿quién de nosotros no merece la ironía? Todos, yo, en particular creo merecerla. Por otra parte, si me proponía la inclusión de mi persona en la novela, como un personaje más, habría sido deshonesto que no me tratara con la objetividad despiadada con que un escritor debe tratar lo que merece ironía. Me considero un ser plagado de defectos y vicios. En Abaddón, creo que hay algo más importante, que es la teoría que yo vengo manteniendo desde hace muchos años: la crisis total del hombre de nuestro tiempo. El puro pensamiento racional escindió trágicamente al hombre, y esta catástrofe espiritual en que vivimos lo demuestra.

-¿Esa es la razón por la que usted abandonó la ciencia hace más de treinta años?
-En cierta forma, sí.

-¿Cómo piensa que sería un mundo manejado por artistas?
-Bueno, sin duda, algo desordenado, pero indiscutiblemente más visible.

-Entre cada una de sus obras hay muchos años de distancia ¿A qué se deben esos largos silencios literarios suyos?
-Mire. Yo he publicado en toda mi vida sólo tres novelas y creo que no publicaré ninguna más. Al revés de lo que se piensa, ya publiqué demasiado. Y le digo más: aún esas tres estuvieron a punto de no ser publicadas, en especial las dos últimas.

-¿Cuál ha sido la razón?
-La falta de seguridad de haber escrito algo que valga la pena, algo que pueda sobrevivir a mi muerte física. Un escritor es, por lo general, un hombre que tiene lo que se llama "facilidad para escribir"; pero esa facilidad es, paradojicamente, su principal enemigo. Creo que los hombres de letras sucumben a esa tentación. Y, sin embargo, hay que ponerse en guardia, hay que luchar a brazo partido contra esa facilidad.

-Ha destruido mucho de lo que escribió entonces
-Sí, mucho. Hay obras de teatro, novelas y otras cosas que ya no saldrán a la luz porque las he destruido. Y si salió Abaddón fue porque personas que están cerca de mí me rogaron que no la destruyera, como había quemado La fuente Muda y otras cosas. Lo mismo sucedió con Sobre héroes y tumbas, se salvó del fuego y fue publicado gracias a Matilde, mi mujer.

-Usted admite haber publicado poco y no parece desconforme con eso. ¿Qué opina de los escritores que han publicado muchas obras?
-Bueno, creo que existen casos dispares. Pero aún en el de los escritores más geniales, quedarán seguramente por dos o tres obras. Lope de Vega, por ejemplo, dicen que escribió más de tres mil comedias. Ahora yo me pregunto quién las lee, fuera de las tres o cuatro que todos conocemos. ¿Y Cervantes? Fuera de algunas cosas prescindibles, muy pocas, escribió el Quijote. ¡Ojalá yo pudiese tener la suerte de escribir alguna vez algo que se parezca al Quijote!... Proust escribió una sola obra, aunque sea en varios volúmenes. Kafka habría bastado con que publicara El castillo o El proceso. Y es infinitamente más grande y más perdurable que el señor Sommerset Maugham, que escribía una novelita por año. Si esto pasa con los genios, que escriben, en definitiva, sólo dos o tres obras que, por otra parte, son borradores de la obra máxima, no veo por qué exigirle a un escritor sudamericano lo que se le exige a esos genios consagrados por el tiempo.

-¿Cómo ve a la literatura hispanoamericana de nuestros días?
-En este momento pienso que, tomada en bloque, unitario, es la más importante que existe en el mundo. Hay un conjunto de escritores muy talentosos. Por eso creo que el porvenir de nuestra literatura es, en el orden internacional, realmente brillante. En Europa, en cambio, no hay grandes nombres fuera de los ya conocidos. En Francia, para citar un solo ejemplo, muertos Camus y Sartre, ¿quién queda?

-¿A qué causas atribuye ese auge de la literatura hispanoamericana?
-A que alcanzó una profundidad y una dimensión notables. No hay que creer eso de que actualmente se lee a los escritores de nuestro continente porque son pintorescos o folclóricos, como sucedió en el siglo pasado y a principios de este siglo, cuando los lectores buscaban en ellos el color local. Ahora se los busca y se los lee porque son buenos en serio. Sin que esto parezca una exageración, pienso que la literatura hispanoamericana, en esta segunda posguerra, ha significado lo mismo que la literatura norteamericana de la primera posguerra: la aparición de los Faulkner, los Hemingway... autores importantísimos que proyectaron a nivel mundial las letras americanas.

-¿Sigue existiendo, en la actualidad, el mismo interés que hubo hacia fines de la década del 60 por la literatura de nuestro continente?
-Me parece que no. En aquellos tiempos había intereses extraliterarios, políticos y modas y el siempre permanente gusto por lo exótico. A ese auge contribuyó mucho la revolución cubana. El llamado boom, por ejemplo, fue todo un operativo político, además de literario y de publicidad. Y a menudo se ha cometido el error de creer que nuestra literatura latinoamericana comenzó con ese boom. Esa es una injusticia. Ni Roberto Arlt, ni Borges, ni Marechal, ni Bioy Casares, ni Mallea empezaron con ese publicitado estruendo. Y en el orden continental es lo mismo: ni Arguedas en Perú, ni Carpentier en Cuba, ni Guimaraes Rosa en Brasil, ni Onetti en Uruguay... Así que calma, por favor.

-¿Y su opinión sobre los integrantes de ese grupo, cuál es?
-Mire, yo no soy el más indicado para opinar sobre ese movimiento. Creo que hubo escritores importantes dentro de él. Por ejemplo, no se puede negar a un García Márquez y esa novela extraordinaria que escribió: Cien años de soledad; como tampoco se puede negar a Carlos Fuentes, a Cortázar, a Vargas Llosa. Pero, eso no significa que la literatura latinoamericana había empezado ni iba a terminar con ese bochinche. En cuanto a su pregunta anterior, si el interés de Europa hacia nuestras letras persiste, le podría completar que de otra manera; de una manera más estable, como tiene que ser, sin ese tumulto político. Borges se sigue leyendo tanto como antes y así otros tres o cuatro escritores de nuestro continente.

-¿Qué se necesita para ser universal en literatura?
-Casi le podría afirmar que antes es necesario ser nacional. Tal vez la explicación puede ser esta: para que sintamos en cualquier parte del mundo y en cualquier época a un personaje, ese personaje debe ser, ante todo, verdadero; debe tener carne y hueso, cerebro y corazón, y no hay seres carnales sino en un lugar concreto y en una época precisa. El proceso cultural de la humanidad es perpetuo y vive de acciones y reacciones entre todos los hombres de una nación y entre todas las naciones. Por eso yo creo que hay que ser nacional; es decir, expresar la tierra, el lugar donde se nació y se vive. Pero sin engañarnos con eso de "la cultura nacional", que es una falacia.

-¿Podría ampliar ese concepto?
-Como no. Para mí no existe la cultura estrictamente nacional. hasta los dioses griegos, que algunos suponen el paradigma de la pureza, están infectados de religiones asiáticas y egipcias. Malraux dijo que toda pintura se hace sobre la precedente; habria que agregar que se hace también sobre la que la rodea, en un proceso tan complejo que hasta los enemigos se influencian, ya que no sólo se influye por el amor, sino, sobre todo, por el odio. Los enemigos terminan por esa razón asemejándose: presos y guardianes; ultraizquierdistas y ultraderechistas... En la realidad, todos hablamos, escribimos, pintamos y filosofamos sobre la base de lo que los demás han hablado y escrito y pintado y filosofado. Solamente un imbécil puede creerse absolutamente original.

-Eso significa, entonces, que usted descrée totalmente de la cultura nacional.
-Pero por supuesto. Dejémonos de fastidiar con ese tema de la cultura nacional como contrapuesta  a la cultura universal. ¿Con qué nos quedaríamos? Tendríamos que abolir hasta el castellano, que es importado y no solamente europeísta, sino cruda y llanamente europeo; tendríamos que evitar la religión cristiana que se originó en el Cercano Oriente. Esos proyectos nacionalistas me resultan irritantes; sólo tienen un objetivo: aniquilarnos como nación.

-En estos momentos usted le dedica buena parte de su tiempo a la pintura. ¿Significa eso que la ha cambiado por la literatura?
-No, en absoluto. Pintar es para mí un descanso. Por otra parte, yo siempre tuve pasión por el dibujo. Es, además, una forma de relajamiento que me aleja de todos los problemas que cotidianamente me entristecen y me atormentan. Estoy enfermo del sistema nervioso y los médicos me han obligado a abandonar las tensiones mentales. Y pintar me hace muy bien.

-¿Por qué razón vive alejado de la ciudad de Buenos Aires?
-Porque me molestan el ruido, el olor de la nafta, el apuro, la grosería y la dureza de la ciudad. Soy lo bastante reaccionario para quedarme con el silencio, los árboles, las flores, la gente que se saluda, los chiquilines que pueden jugar en la calle.

-¿Se considera enemigo del progreso?
-No. Pero hay una forma de progreso de la que soy encarnizado enemigo; de ese progreso que convierte a la criatura humana en un despojo, en un robot, en un enajenado, en un pobre infeliz, en un solitario, en un inanimado engranaje. De ese tipo de progreso, sí, soy enemigo.

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Fonte: http://www.letras.s5.com/sabato221102.htm (23/07/2012)

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